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“Si alguna de las partes que participan en este contrato se demuestra que no está en su sano juicio, todo el acuerdo es automáticamente anulado”. (Chico y Groucho Marx).

Por José Luis Zunni

El diálogo absolutamente delirante entre Chico y Groucho pertenece a “A night at the Opera” (Una noche en la Opera) (1935) que nos deja perlas como las siguientes:

- ¿Es ésta una cláusula habitual en los contratos?

- Oh…es lo usual…está en cada contrato.

- Bueno no lo sé yo..

- Es lo que llaman cláusula de cordura.

O sea que la cláusula por la que en un determinado momento una de las partes firmantes de un acuerdo se le considera que no está cuerdo, automáticamente queda resuelto el contrato jurídicamente hablando. El disparate del diálogo y la excentricidad de los Marx no están lejos de los dislates de tantos papeles firmados que teóricamente son acuerdos serios pero que terminan siendo un escenario en el que el común denominador termina siendo la falta de cordura. La cuestión es que en la vida real este tipo de cláusulas no existe, salvo que un juez declare a una persona insana según el Código Civil. Pero este no era el sentido del dialogo entre Chico y Groucho. En la película quedaba al libre albedrío, como no podía ser de otra manera en la filosofía de vida de los Marx.

La comicidad de estos hermanos no deja de ser una sátira en la que tanto los defectos como ciertos vicios, así como formas de ser y actuar se ridiculizan utilizando la ironía, siempre con la finalidad de lograr una mejora colectiva a nivel de la sociedad. El objetivo de utilizar la ironía no es tanto el humor en sí mismo, sino una confrontación clara entre el autor y la realidad a la que de alguna manera está denunciando, pero utilizando la herramienta de la inteligencia, método perfectamente dominado por los geniales hermanos Marx.

Por ello siempre he sostenido que el humor de Woody Allen en su larga trayectoria como realizador y especialmente como guionista, es para un público no mayoritario, porque está lleno de ironía y diálogos sorprendentes al estilo también de los Marx.

Entre las frases del tipo irreverentes por lo absurdas pero no menos ciertas sobre la realidad social que pretende describir Groucho, tenemos esa que dice “me niego a unirme a cualquier club que me tenga como miembro". No menos esclarecedora de lo que realmente ocurre en las relaciones entre personas, aquella que sentencia un pensamiento que termina formando parte del acervo cultural del siglo XX: “detrás de cada hombre de éxito hay una mujer…y detrás de ella está su esposa”, dejando a las claras la participación de amantes famosas en la historia de la humanidad y la influencia que tuvieron sobre muchas de las celebridades que han escrito las páginas más gloriosas de éxitos en los campos de batalla, en los entresijos de la alta política, etc.

Acierta Groucho también cuando afirma que “el humor es que la razón se ha vuelto loca”, ya que con frecuencia los humoristas desentrañan los aspectos más profundos (a veces trágicos) de la existencia humana, desde una óptica no sólo ridícula sino del todo imposible. Y este es el mérito al que Groucho se refiere en cuanto a que la razón cuando se convierte en humor es porque ha perdido el juicio. En realidad, esta es la paradoja del lenguaje de Groucho, que lo que de verdad quiere decir es que no hay mejor verdad que la que refleja el humor. Especialmente la ironía…agregamos nosotros.

Cuando dice que “estos son mis principios…y si no le gustan…bueno…tengo otros”, lo que en cierto sentido refleja es la volatilidad que siempre ha existido respecto de la aplicación de los valores y principios que decimos sostener, o dicho en otros términos: que éstos los adaptamos según sean las circunstancias. Y a esto, lamentablemente, nos tienen acostumbrados los políticos (gracias a Dios no son mayoría) que a diario son ambiguos y que acomodan esos principios y valores según sea su conveniencia personal.

Destaca Groucho en cuanto a las referencias que hace sobre el aprendizaje que toda persona debe hacer en la vida, con aciertos y fracasos, cuando dice que “aprende de los errores de los demás…nunca podrás vivir lo suficiente para convertirlos en propios”, para que estemos alertas ante qué cosas podemos afrontar y cuáles no, para lo cual la experiencia ajena de fracasos y metas incumplidas nos sirvan de motivación y enseñanza. En este caso, la trama irónica es la larga vivencia que deberíamos tener para poder hacer propio el error ajeno.

Groucho tenía una visión muy clara de la realidad en la que vivía y no se dejaba engañar por los adelantos tecnológicos como la irrupción de la pequeña pantalla televisiva de la que llegó a decir “encuentro a la televisión muy educativa. Pero cada vez que alguien la enciende, me voy a la otra habitación y leo un libro”. Digamos que esto podemos aplicarlo en 2017 con tanta telebasura y programas que lo único de lo que prescinden es del buen gusto, la ironía y la inteligencia, centrándose en los insultos, descalificaciones y convirtiéndose en catedrales de la vulgaridad. Para ello, hay todo una cadena representativa de máxima audiencia que de existir un desfile de la infamia en el uso del idioma, estaría llevando la bandera.

La ironía ha dejado paso al ataque directo, provoque risa o no, porque para ejercerla se requiere de un mínimo de inteligencia. Y en ese tipo de programas telebasura ésta no se encuentra por ningún sitio.

Siempre la ironía y la sátira han sido instrumentos demoledores de los escritores, en general de la clase intelectual. En cambio, en el campo de la política tan acostumbrada a enfrentarse a verdades que no pueden disimularse por la alta contestación social que tienen, cabe entonces que reflexionemos junto a otro de los pensamientos de Groucho que dice que “la política es el arte de buscar problemas, encontrándolos en todas partes, diagnosticándolos de manera incorrecta y aplicando las medidas equivocadas”. La verdad es que Groucho borda con esta definición de manera satírica la triste realidad de una alta política que lamentablemente en los últimos años, tanto a nivel europeo como local de España, está muy devaluada, pero especialmente paradójico resulta que las palabras de Groucho sean el opuesto perfecto para definir lo que es una buena política.
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