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“En el nombre del padre”

Tuve ocasión de visionar nuevamente una película que había visto en el momento de su estreno en 1993: “En el nombre del Padre” del director Jim Sheridan, cuyo protagonista principal es el actor británico Daniel Day-Lewis, que interpreta un joven irlandés, Gerry Conlon, que es falsamente implicado y posteriormente detenido y acusado por los atentados del IRA en un pub de Londres en 1976, que cegaron la vida a varias personas.

La policía británica actúa durante esos años de terror en la lucha abierta que le enfrentaba al IRA, con una tremenda violencia física y psicológica, a tal punto que cuando Gerry Conlon no aguanta más las presiones de los interrogatorios y las amenazas de muerte hacia su padre, firma una declaración y finalmente es la pieza clave que se utiliza en el juicio. Su padre y otros familiares también son acusados falsamente.

La narración de Sheridan es impecable, especialmente los diálogos entre padre e hijo y también cómo refleja cuáles eran los pensamientos y prejuicios que Gerry Conlon tenía sobre la policía y la justicia británica.

Debo confesar, que la fuerza del mensaje que el director irlandés Jim Sheridan logra dar en el filme, impacta y nos revela contra la injusticia y lo que es la justificación desde la política, de lo injustificable. Cuando el inspector de la policía testifica y todo el aparato del ministerio de interior inglés, a sabiendas que los datos que exculpan a Conlon, los desoyen y peor aún, explícitamente ponen en los archivos que se guardaban del caso, que “no podía verlos la defensa”, a uno se le revuelve el estómago. Había que condenarlos a pesar de ser inocentes, porque se estaba enviando el mensaje político de la dureza con la cual el gobierno británico actuaba contra los terroristas del IRA.

Hay momentos de la voz en off de Conlon, que es el eje del relato, en el que dice cosas como “cuando los ingleses toman un sitio, pase lo que pase, jamás se retiran”, en alusión a Irlanda del Norte y otros territorios del mundo que los ingleses terminaron ocupando y jamás dejaron. Las avanzadillas que el ejército británico hacía un día y otro también, en contra de cualquier manifestación sospechosa, por más que los que tirasen piedras contra los vehículos blindados ingleses, fueran niños, tenían una respuesta absolutamente desproporcionada y que tampoco podían explicar.

Existe otra lectura a la obra de Sheridan y la magnifica interpretación de Daniel Day-Lewis: el poder político es ejercido por un gobierno con toda su fuerza, pero más aún es la violencia psicológica y decisiones absolutamente injustas, cuando los actos que están sometidos a un veredicto judicial, no quiere que finalmente sea reconocida la verdad, o sea la inocencia de personas, que como Conlon, pasaron injustamente 15 años “disfrutando” de la “hospitalidad británica” en una cárcel de máxima seguridad.

El papel también estelar de Emma Thomson, que da vida a la abogada Gareth Peirce, es la otra línea argumental que mantiene la emoción en cuanto a la determinación de una mujer que sabía que su cliente era inocente. Es ejemplar la forma en cómo se enfrenta a las autoridades y la defensa que finalmente hace en el juicio, acusando a funcionarios policiales de haber actuado delictivamente a sabiendas de que estaban cometiendo una falsa acusación y escondiendo pruebas que exculpaban a los acusados.

Qué es lo que me ha impactado y afectado de este revisionado que hice el pasado fin de semana: hasta qué punto el poder pude manchar, acusar y hasta condenar a una persona o grupo de personas, por el sólo hecho de que se mantenga el status quo.

La película “En el nombre del padre” no sólo relata la tremenda injusticia de una persona que es condenada a cadena perpetua por algo que no hizo, sino cómo se puede construir maquiavélicamente desde el poder, una trama y un relato porque es políticamente necesario.

Lamentablemente este tipo de situaciones, de que inocentes carguen con las culpas de otros, ha resultado ser más frecuente de lo que uno podría imaginar. La verdades a medias y construcciones novelescas que se han hecho desde gobiernos y servicios de seguridad, caso de los Estados Unidos con el asesinato del presidente Kennedy, al igual que “En el nombre del padre”, pone en evidencia que fabricar la verdad que se necesita desde el poder es de tal torpeza e inverosimilitud, que queda en los anales de la historia norteamericana como lo que es: la absoluta manipulación de la que entonces fue la “Comisión Warren”.

Siempre habrán podido observar mis lectores, que trato de sacar el máximo partido a películas que trascienden por su mensaje y especialmente, porque se convierten en una advertencia de que el poder hay que controlarlo en una democracia moderna y que los que se salten la norma legal con tal de buscar un propósito político, deberían tener una pena igual a los que en realidad hayan cometido un delito. Pero pretender procesar y finalmente condenar a inocentes, no es un fallo del sistema judicial, sino una carencia de la legitimidad de los que gobiernan cuando el fin justifica los medios.

Ningún fin político puede estar coartando la libertad que emana de las leyes y constituciones. Nadie está por encima ni tampoco por debajo de la ley.

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