28 de marzo de 2024, 15:26:57
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Una composición casi desconocida: SICILIANA. George Friedrich HÄNDEL– Leó WEINER


A través de la melodía, la armonía y el ritmo, penetramos en un mundo lleno de sentimientos…por eso la música moldea el carácter. Roger Scruton


Si tomamos la inspiración de Händel de la mano de Leó  Weiner, famoso profesor de Teoría Musical y compositor húngaro, nacido en Budapest allá por el año 1885, encontrarán sutilmente acoplados en esta bellísima composición, dos de los instrumentos  más apasionantes por el diseño y la ingeniería musical que comportan. Me refiero “obviamente” al violoncello y al piano, hoy dos piezas clave de toda formación orquestal.

Empecemos por el primero, es un instrumento a mitad camino entre la viola y el contrabajo construido a “escala y con voz  humana” si tenemos en cuenta la dimensión de su caja de resonancia, la pica y el mástil y su particular timbre sonoro. Dispone de cuatro cuerdas que estas fijadas delicadamente, a presión con el puente que permite la tensión de las mismas.

Actúan como nuestras cuerdas vocales que vibran al entrar en resonancia con la madera de la caja a través de su barra armónica por el “frotado” tangencial de la ceja, modulada por el celista, sin posible demultiplicación del movimiento entre los dos elementos independientes del instrumento.

Nuestras  cuerdas vocales vibran mediante un mecanismo de ondulación de la mucosa que les recubre, siendo fundamental la tensión de las mismas para lograr la emisión de las distintas frecuencias vocales.

A diferencia de los instrumentos que están calibrados sobre los 440 Hz, en la nota La, la voz humana tiene una frecuencia fundamental del orden de los 110 Hz, en el hombre y la mujer una octava mas, (220 Hz) pero puede variar entre un “bajo profundo” hasta un “soprano de coloratura”  de los famosos castrati.

La frontera entre la voz del hombre y de la mujer se sitúa entre contratenor y contra alto… Cuando cantan al unísono,  están interpretando en “armonía de una octava”!! Precioso verdad?

Todo ello genera un cierto desacoplo de manera equivalente al dialogo hombre-máquina (así lo denominamos de forma un tanto machista!) que establece una persona con su ordenador a través de un teclado inalámbrico.

El juego y la riqueza de armónicos del cello se establecen interactuando entre la mano solidaria de  la ceja y las cuerdas del instrumento frotadas por la crin de caballo.  Como no podía ser de otra manera el sonido sale a través unas hendiduras en forma de “integral” matemática y el sofisticado instrumento ha quedado eternamente asociado a Stradivarius.

El pianoforte, en cambio, a pesar de que alguien lo ha definido prosaicamente como “una fábrica de armónicos  con 88 teclas,  de 240 cuerdas y 3 pedales, incorporados en una caja en forma de bañera”, genera “armonías sagradas, lejanas y celestiales” según palabras de un aventajado alumno de Beethoven.

A diferencia del cello, el mecanismo de generación del sonido en mucho más rígido dado que la presión de las teclas se transmite a través mecanismos que golpean y terminan haciendo vibrar las cuerdas metálicas, con una limitada modulación de los pedales del instrumento. El registro musical de siete octavas que  representan  las notas musicales en el teclado se asemeja de alguna manera  a ese “teclado” QWERTY del ordenador. Nadie debe asustarse de esa denominación tan rara de un teclado, se trata simplemente  de sucesión de las seis primeras letras que aparecen en el mismo, ya que los ingenieros somos gente practica. Imagínense si hubiéramos elegido los seis últimas (XCVBNM), el resultado hubiera sido impronunciable! Pero volvamos al piano. Es en realidad, una maquina con emociones, o al menos,  proporciona vínculos emocionales con una personalidad propia de cada instrumento. Digamos por ejemplo  un Steinway de gran cola, que por ciento tiene una preciosa historia. Cosa que no hace por si viene al caso, una máquina de coser a la que los Beatles dedicaron  si recuerdo bien su película “Yelow submarine.”

Escuchen ese arreglo de  Weiner interpretado por el chelo de Janos Starquer y el piano de Shigeo Neriki y verán que tengo exactamente 162 segundos de razón…

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