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Cuando se nace se llora y todo el mundo alrededor sonríe. Hay que vivir para cuando se muere podamos sonreír mientras todos alrededor lloran (Anónimo)

Por José Luis Zunni

Cuando la vida te da cien razones para llorar, lo que debes demostrarle es que aún tienes mil razones para sonreír. Es verdad que son muchos los momentos que contabilizamos a lo largo de nuestra existencia en los que sufrimos un gran dolor, padecimos una profunda angustia y nos atormentaron arrepentimientos que no supimos gestionar o aprender a convivir con ellos. Pero al final, no va a importar cuántas veces tuvimos que respirar profundo y tomar aliento para resistir y encarar los problemas, sino cómo hemos administrado el tiempo en esos momentos que nos quitaban el aliento.

El genial Jorge Luis Borges en los títulos de sus obras tenía por costumbre (por cierto…muy buena) de lograr una capacidad de síntesis de toda una historia que surgiría del relato, tal el caso de “Las ruinas circulares” o “El jardín de senderos que se bifurcan”. Porque la vida es eso: un ciclo mayor que se compone de innumerables sub-ciclos menores que nos llevan, por ejemplo, a que nos insuma sólo un minuto para enamorarnos de esa persona que siempre estuvimos esperando; unas horas o días para que alguien nos guste; amar a alguien nos lleva mucho más tiempo, probablemente con muchos años se construye el amor verdadero, porque de esa persona no podemos separarnos; pero nos lleva toda una vida olvidar a alguien que ha impactado y condicionado nuestra vida. La pérdida siempre se agiganta cuando ya no hay posibilidad de vuelta atrás.

Se trata de buscar y tomar como si de una copa se tratase, todo lo bueno de lo que podamos rodearnos. A veces, tolerando aquellas cosas que aunque no tengan la categoría de malas, nos disgustan. Hay que sonreír incluso frente a los momentos en que nos invade la tristeza, amar a quién nos ama que es siempre aquella persona que está cuando ninguna otra se queda a nuestro lado en todos esos momentos en que las cosas no nos salen bien.

Siempre debemos recordar lo que teníamos. Especialmente no perder la costumbre de saber perdonar, aunque nunca olvidar. Aprender de los errores, pero nunca lamentarnos.

Es bastante común que a lo largo de la vida, a veces en más de una ocasión nos ocurre, que damos un lugar a una persona que después ha demostrado con hechos que jamás merecía ese altar privilegiado en el que la habíamos colocado.

Las mejores cosas en la vida siempre son aquellas que no vemos, pero que sentimos. Son momentos como sucede en un beso,en que cerramos nuestros ojos y soñamos.

Debemos saber disfrutar de aquellas pequeñas cosas en la vida que a lo mejor no supimos valorar en aquel tiempo en que las tuvimos, pero cuando en algún momento miremos atrás (siempre pasan años hasta que seamos conscientes), veremos por fin que no eran cosas pequeñas, sino grandes que no supimos ver. Porque cuánto más esperes por el futuro y te obsesiones con los planes que querrás cumplir, más corto se te hará el mañana y todo ese horizonte de posibilidades que tienes por delante.

No hay mejor manera de lograr una felicidad razonable que encarar el futuro viviendo a tope el presente. Y debes recordar que nada te retiene en el presente o peor aún, te devuelve al pasado, más que tus propias inseguridades. En definitiva, sólo nos terminamos arrepintiendo de aquellas oportunidades que no hayamos aprovechado.

Una vez me encontré con esas afirmaciones anónimas que son simples pero no por ello dejan de ser profundas:

- Si extrañas a alguien…llámale.

- ¿Quieres encontrarte con una persona?…invítale.

- ¿Quieres ser comprendido?…explícate.

- ¿Tienes interrogantes?…pregunta.

- ¡No te cae bien determinada persona?…dilo muy suavemente.

- ¿Te gusta alguien?…declárate.

- ¿Quieres algo?…lucha por ello.

- ¿Estás estresado?…deja las cosas pasar.

- ¿Amas a alguien?…debes decírselo.

Cualquiera de mis lectoras/es puede reprocharme dar estas líneas tan simples, pero si te esfuerzas en leerlas más de una vez, encontrarás el sentido por el cual fueron escritas. No cabe duda, que surgieron de una pluma anónima que le caracterizaba la experiencia del sufrimiento de la vida; de la insatisfacción de compartir momentos incómodos, sea en el trabajo o a nivel personal; un desiderátum clarísimo en el que puede verse que la felicidad no es alcanzable si no existe la acción, el esfuerzo y la lucha.

Tenemos que tener en cuenta que existen dos tipos de dolores: aquel que sentimos y nos impacta en lo más profundo del alma y nos parte el corazón; ese otro sufrimiento que provoca un cambio en nuestra forma de ser…en cómo nos conducimos en la vida. Generalmente, de grandes dolores y factores traumáticos han salido personalidades reforzadas, lo que decimos coloquialmente “de que lograron ser mejores personas”.

La conversión no es sólo cuestión de la religión, sino es mucho más profundo que ello. Significa haber sido capaces de transformar algunos de nuestros valores y principios que están subyacentes para que podamos movernos a partir de ese elemento traumático de manera más llana, sin complejos ni vanidades. Justamente, en el momento en que nos comportamos de esta forma después de atravesar nuestro particular desierto (que todos en algún momento tenemos que cruzar), notamos ese alivio de haber sabido sobrellevar la dureza de la adversidad y tener la satisfacción de haber logrado los objetivos que nos habíamos impuesto. Con dificultades y casi siempre no cumpliéndolos al ciento por ciento.

La vida es como cuando estamos leyendo un libro. Nos atrapa la narración página a página, pero no debemos quedarnos enfrascados en ninguna de ellas, porque sabemos que hay mucho más y mejor aún por delante, todo lo que está por llegar. El devenir en nuestra existencia no está escrito como esas páginas finales de la obra que tenemos entre manos, pero sí sabemos que estamos haciendo una buena narrativa (nuestra conducta, principios, valores, etc.) que nos hacen sentir que las dificultades terminarán siendo vencidas.

El libro tiene un final y la paradoja de nuestra vida es que también tendremos un final pero sin saber exactamente como discurrirá. Lo que sí nos satisface a todas las personas de bien, es que de cómo escribamos los días presentes y futuros que nos toquen vivir, será el momento (no hay hora ni día fijado) en el que moriremos con una sonrisa y a nuestro alrededor, esperemos nos lloren porque hemos valido la pena como personas. Al menos ese es mi deseo.

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