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Qi (La fuerza de la vida)

Por José Luis Zunni

La fuerza de la vida es lo que en chino se llama Qi, en sánscrito Prana. En Occidente no contamos con un término que pueda traducirse de manera exacta como en China, aunque existen términos equivalentes que pueden aproximarse al significado que se le da en su idioma original.

Cuando algunos de mis seguidoras/es, decida profundizar en la filosofía oriental, corroborará que el significado de las palabras pasando de la lengua china al español, requiere más tiempo y paciencia del que pueden imaginar. Justamente por aquello de los significados implícitos en cada término que se utiliza. Ha sucedido, por ejemplo, con traducciones clásicas como el I Ching (1.200 a.C), libro considerado como oráculo y filosofía al mismo tiempo, que ha tenido que traducirse primero al alemán, luego al inglés y después al español, debido a la necesaria aproximación a los conceptos y las facilidades que otorgan las lenguas sajonas.

Qi, también chi, es una palabra común en su lengua y cultura, pero como muchas de las que utiliza este idioma, no tienen una definición precisa, porque siempre aparecen varios conceptos relacionados con ella. Esto nos resulta familiar cuando de la lectura de una obra china de cualquier época de su historia, hay que hacer un esfuerzo por comprender el verdadero alcance de las palabras, cuando un mismo término tiene según se utilice acepciones muy diferentes.

En una primera aproximación a la esencia del término Qi, podríamos hacerla con conceptos tales como respiración, aire, energía que circula por el cuerpo, la fuerza nutritiva de los alimentos y también todo lo referido al espíritu y la moral. Por lo general se traduce como energía o fuerza vital, algo así como ese aliento que nos da la vida, porque negando el Qi es negar la vida, o dicho de otra manera: sin el Qi no existe la vida.

¿Cuál es la ventaja de profundizar en esta filosofía?

En Occidente nos conducimos con muchas prisas, la propia naturaleza de nuestra sociedad no nos invita ni a la reflexión ni a la calma. Parece que todo lo que se mueve rápidamente es parte de nuestra razón de ser, pero esto facilita que cometamos errores. No estamos cuestionando ahora el alto nivel político de las decisiones de los líderes occidentales. Estamos considerando con humildad, la forma en que nos movemos (físicamente y mentalmente) y cuáles son nuestras motivaciones, lo que nos mantiene vivos (en todo el amplio sentido del término).

En cambio, en la filosofía oriental, el Qi, tiene un secreto: la clave está en que consideremos la fuerza vital tanto en sus elementos físicos como mentales, ya que cuando podemos compenetrarnos y entender que los seres humanos somos en realidad una unidad de mente y espíritu, por el contario de la dicotomía que pretende separar ambos conceptos fundamentales de la vida, es el momento en el que empezamos a disfrutar de nuestra existencia de una manera mucho más sencilla, sana y constructiva.

Cuando nos alineamos con esta metodología, descubrimos que nos movemos físicamente, simultáneamente a que lo hagamos a través del pensamiento. La cuestión es el grado de consciencia que tenemos al hacerlo. Parece ser que en Occidente no pensamos siquiera en que somos esta unidad. Realizamos nuestras tareas diarias, ejercemos nuestras responsabilidades, asistimos por las tardes tres veces por semana a un gimnasio, pero es una minoría de personas las que practican la meditación y la reflexión. ¿O es que acaso sintiéndose bien después de hacer bicicleta, pesas y alguna otra actividad, les garantiza tener su cuerpo y espíritu en armonía? Desde ya que no.

Las dos dimensiones de la realidad (mente y espíritu) se fusionan, no hay separación entre la quietud y el cuerpo con en el mundo externo. Somos parte del cosmos y seguimos siendo una sola persona, con la diferencia, de que al viajar a nuestro interior (revisar nuestros principios y valores) con serenidad, surge una dimensión de la energía interior que se une a la forma física desde la quietud y la calma de espíritu. Cuestión ésta muy difícil de practicar y adoptar entre los occidentales.

De ahí el tipo de ejercicios que los orientales practican desde un tiempo milenario, en el que prevalece la quietud del espíritu mientras se mueve el cuerpo en sintonía con una compenetración única de la cual se es consciente.

No quiero confundir a mis lectoras/es en que hay que poner énfasis en los aspectos físicos del movimiento, sino en un conjunto de prácticas, especialmente diseñadas para activar el cuerpo interior, ahí dónde se encuentra el Qi, la fuerza de la vida.

¿Qué nos permite lograr?

Controlar, neutralizar y a veces hacer desaparecer, el cuerpo del dolor (la sensación también espiritual de lo que un dolor significa), lo que nos permite hacer una mutación de ese “dolor sufrido” en un gran silencio y quietud, para que podamos reiniciar el proceso fisiológico natural de despertar y evolucionar desde dentro.

El que aflora como nuevo valor naciente es un espíritu renovado, porque hemos conectado con su esencia y nos sentimos en conexión también al resto de nuestra propia consciencia universal. Esto se explica simplemente con la percepción que tenemos, de que nuestro interior está en línea con lo que está sucediendo en este momento, en el presente. Por lo que esta filosofía china nos facilita que desde la quietud siga el movimiento, pero con la consciencia plena de que éste (el hoy) es el presente que estamos viviendo.

Es una fuerza que reestablece nuestro equilibrio interior, calma la mente para que la quietud pueda ser experimentada. Sentir el presente, vivir nuestra existencia en unidad, porque en el mismo instante de acción y compenetración actúan las tres líneas de fuerza que conforman nuestro ser: cuerpo, mente y espíritu.

A todas mis lectoras/es que semanalmente visitan este Blog, les sugiero consultarme sobre estas prácticas que son sencillas de realizar a pesar de lo complicado que pueda resultar comprender el fondo y el alcance filosófico del método.

Justamente, por la complejidad que a veces suscita para los occidentales que comprendamos pautas culturales milenarias que subyacen, al igual que el caminar o el respirar, bajo la piel de los hombres y mujeres orientales, desde el mismo momento en que nacen. Esa es la ventaja, pero tampoco podemos darnos por “derrotados” de que al haber nacido en Occidente, jamás podremos lograr el nivel de compenetración mental, espiritual y física que logra con naturalidad un chino. La evidencia dice que las facilidades naturales (como auténticos dones) que posean por haber nacido en una sociedad de una cultura milenaria, pueden al menos equipararse con un mínimo de esfuerzo y disciplina mental y física que dediquemos con seriedad y respeto.

Los que quieran conectar conmigo pueden hacerlo a [email protected] y [email protected], porque forma parte de un seminario que tengo en preparación para 2016.

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