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Detalle de la portada del número de Die Zeit conmemorativo de los 70 años de la publicación.
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Detalle de la portada del número de Die Zeit conmemorativo de los 70 años de la publicación.

¿El papel es un lastre?

Por Luis García Casas
martes 03 de mayo de 2016, 11:29h
El problema no es nuevo en la prensa española. Cuando a Nicolás María de Urgoiti los periódicos se le quejaban, a principios del siglo veinte, del elevado precio de los suministros en comparación con los del norte de Europa, el magnate de la industria papelera les respondía: haced un periódico que tire un millón de ejemplares y veréis cómo puedo ofreceros mejores precios que los de Alemania. ¿Cómo vamos a conseguir algo así? Con calidad periodística, concluía él. Y, como el movimiento se demuestra andando, acabó sacando El Sol en 1917, un diario que, impulsado por autores de la altura intelectual de José Ortega y Gasset, se convirtió en todo un referente hasta que dejó de publicarse con la Guerra Civil.

El problema, por supuesto, ni es ni era sólo de calidad periodística, sino también de color político. En España, ningún medio informativo de una determinada línea ideológica consigue nunca, por mucha calidad informativa que alcance, un éxito suficiente entre el público no afín a esa línea. Y como, además, el espectro ideológico presenta últimamente cada vez más tonalidades, el nicho de mercado de cada medio resulta siempre limitado. Y, por tanto, también su capacidad económica y, con ella, su independencia y sus posibilidades para hacer periodismo de calidad y, en última instancia, para sobrevivir.

¿Por qué en otros países la prensa puede afrontar retos como dedicar a setenta personas a seguir durante un año completo determinado tema informativo, como el trabajo del Washington Post premiado con el Pulitzer al mejor reportaje nacional en Estados Unidos? Porque tienen más medios económicos, por supuesto. Pero, ¿por qué los tienen? Porque sus lectores buscan en sus páginas calidad informativa, y no simplemente verse reflejados ideológicamente. ¿Y eso qué supone? Más lectores potenciales. Más ventas. Más medios.

El semanario alemán Die Zeit cumplió en febrero setenta años y lo celebró con un número especial en el que afirma contar con dos millones y cuarto de lectores y una tirada de más de medio millón de ejemplares semanales (a 4,70 euros en quiosco), una plantilla de 669 personas (de las que 256 son redactores) y una facturación superior a los cien millones de euros. La suscripción a Die Zeit cuesta 228 euros anuales que se cobran, además, por adelantado. El semanario no detalla el número de suscriptores, pero suponen un cierto colchón financiero al que hay que sumar las ventas en quioscos y lo recaudado con otros servicios, como las descargas en audio de los principales artículos, a las que se puede uno suscribir por otros casi 25 euros trimestrales.

La suscripción a The Economist, el semanario británico por excelencia, cuesta lo mismo que la de Die Zeit. E incluye en el precio la descarga en audio de la revista completa (en España, donde los audio-libros no cuentan con una tan extendida tradición, resulta extraño este servicio). Al estar en inglés, la revista está más abierta al mercado internacional. De hecho, vende cuatro veces más fuera del Reino Unido que dentro. Y aquí sí que conocemos el número de suscriptores: unos trescientos mil, lo que supone una facturación adicional de casi setenta millones de euros anuales. No es de extrañar que el grupo presentara en 2015 un beneficio operacional de 75 millones de euros. Así se puede comprar barato el papel, pensaría Urgoiti.

Desde su nacimiento, en 1843, The Economist ha seguido una línea en pro del liberalismo económico (no en vano, se fundó con el declarado objetivo de luchar contra la ley que imponía aranceles a las importaciones de grano). Pero eso no ha impedido que lo leyera también la izquierda, aunque sólo fuera para censurarlo, como hizo a principios de abril el gobierno chino por un reportaje sobre el culto a la personalidad de su presidente. Die Zeit también dejaba claro desde el principio sus valores fundacionales: “Nuestro objetivo es, tras doce años de dominio y propaganda nazi, restablecer una prensa libre en Alemania. Este es uno de los primeros pasos en esa dirección”, decía su primer número, allá por febrero de 1946.

Los contenidos de The Economist no están disponibles en internet para quienes no sean suscriptores. Die Zeit funciona on-line como un periódico de noticias, pero sólo ofrece un pequeño resumen indicativo de sus contenidos más exclusivos, los de la edición en papel. Los lectores de uno y otro pagan por leer su revista. Ambos casos se caracterizan por una decidida apuesta por la calidad. Y su éxito se asienta todavía en las ventas del papel, aunque, por ejemplo, Economist.com tenga doce millones de visitas mensuales. El modelo de distribución de la información está cambiando, pero el papel es todavía un soporte indispensable para las cabeceras de referencia.

Foto2: Esquema de impresión offset por el ilustrador Bosco Rey-Stole para Media-Tics.

Esquema de impresión offset por el ilustrador Bosco Rey-Stole para Media-Tics.

Un periódico que empezara ahora, el papel sería un lastre difícil de arrastrar. Posicionarse en un mercado en retroceso supondría un esfuerzo difícil de asumir y, quizá, inútil. Sin embargo, para la prensa tradicional, el papel es todavía el lastre que le permite no zozobrar y seguir a flote, por cuya inercia sigue avanzando. Si a Urgoiti le hubieran dicho hace cien años, cuando planeaba la fundación de El Sol, que iba a surgir un soporte para los periódicos todavía más barato que el papel (llamémoslo, por ejemplo, iPad) hubiera exclamado ingenuo: “¿Más barato? ¿Y a cuánto está la tonelada de iPad?”. Calculen. El papel no está tan mal. La diferencia es que aquí el soporte lo paga el lector. Los periódicos sólo tienen que poner los contenidos. Y cobrar por ellos, aunque, de momento, resulta más seguro vender papel.

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