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Analizar la historia para comprender el presente y diseñar el futuro

La edad de oro de la prensa fue una excepción
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La edad de oro de la prensa fue una excepción

Por Miguel Ángel Ossorio Vega
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maossoriovegagmailcom/13/13/19
http://www.maossoriovega.com
jueves 10 de mayo de 2018, 14:45h
Tardó casi tres siglos en ser de masas y rentable, algo que apenas duró 50 años. Los periódicos siempre se han movido en el terreno de la dificultad y el elitismo, y así seguirá siendo.

El ensayista español Juan Donoso Cortés (1809-1853) dijo que "en lo pasado está la historia del futuro". Y no hay nada en el mundo que aplique mejor a la prensa: solo observando su evolución histórica se puede comprender el complicado momento que viven los periódicos en la actualidad y, sobre todo, solo siendo conscientes de esa trayectoria podremos saber qué pasará. Porque la historia se convierte una vez más en el prólogo de lo que está por venir.

En un magistral artículo publicado por el 'Nieman Lab', los profesores Heidi Tworek, de la Universidad de la Columbia Británica, y John Maxwell Hamilton, de la Universidad del Estado de Luisiana, explican por qué la edad de oro de los periódicos, que entre 1940 y finales de los años 80 regó de dinero el sector hasta creerlo invencible, no fue más que una excepción.

El análisis parte del nacimiento de los periódicos, allá por el siglo XVI, como explica en 'The Invention of News' el galardonado Andrew Pettegree. No fue hasta finales del siglo XIX cuando la prensa se convirtió en un producto de masas que comenzó a atraer a lectores de todas las capas sociales, y con ellos a anunciantes... y al dinero. Casi tres siglos para dejar atrás un negocio elitista, caro y financiado por la política para convertirse en un producto llano, asequible y financiado con publicidad.

El escritor Robert Picard ha llegado a calificar a los periódicos como "uno de los negocios más rentables en el mundo desarrollado", con rentabilidades anuales de en torno al 12% e incluso con picos de hasta el 30%, en un momento en el que una tienda de alimentación rentaba al 2% y unos grandes almacenes al 4%. La prensa iba por libre, volaba. Era un negocio redondo que aglutinó solo en Estados Unidos a más de 450.000 empleados a principios de los 90 y que hace poco solo reunía a 170.000. Ni que decir tiene que los periodistas eran casi estrellas del rock, aunque en su caso con un halo de superioridad intelectual que les hacía ganarse la confianza del pueblo. Pero entonces llegaron los problemas. Y no, no todo es culpa de Internet.

Periódicos fagocitados

Los periódicos lograron encontrar un equilibrio basado en ofrecer algo para cada persona. La apertura a nuevos temas permitió, de hecho, sortear el empuje de la radio y de la televisión: la prensa comenzó a hablar de estos nuevos medios y así incluso los fans de la competencia tenían algo que leer. Esto desató una batalla por lograr más lectores, lo que dejó a muchas cabeceras por el camino. De este modo, los grandes se hicieron más grandes, hasta el punto de no poder crecer más. Se estancaron y entraron en una espiral autodestructiva, pues resultaba imposible atraer más lectores cuando se era el único periódico de la ciudad. ¿Qué camino se tomó para seguir creciendo? Los recortes.

Aquella primera crisis del periodismo pronto se convirtió en la madre de todas las crisis con el nacimiento de Internet. Al gigantesco error de devaluar la prensa hasta el punto de regalarla en la Red con la esperanza de rentabilizarla mediante economía de escala (si me leen más personas, atraeré más anuncios y más caros) se unió la fragmentación que introdujo el mundo digital: si durante décadas los periódicos habían defendido su posición dominante gracias a que fuera de ellos no había nada, en Internet iba a ser diferente. La posibilidad de encontrar solo la información deseada gracias a nuevas fuentes como blogs o webs alternativas llevó a muchos usuarios a dejar de comprar el periódico y a crear su propia selección de noticias en la Red, recurriendo en ocasiones a las propias piezas que publicaban las cabeceras antaño admiradas.

Además, emergió un problema de fondo que había quedado oculto tras el idealismo de los periodistas: a la gente no le interesan las noticias serias. Una dosis de realidad que se hizo patente cuando la gente buscaba información sensacionalista en Internet y omitía leer aquellos reportajes y contenidos elaborados, caros y realmente periodísticos. Precisamente los contenidos por los que la prensa soñaba cobrar y que tuvo que abandonar para echarse a los brazos del clic fácil a cambio de sobrevivir. Tal vez estuvimos engañados durante siglos...

Lo que Tworek y Hamilton quieren decir es que el futuro de la prensa es precisamente su pasado: los periódicos, incluso en Internet, serán un producto elitista, moderadamente caro y al alcance de un selecto grupo de población que realmente quiera y pueda consumirlos. El resto de la gente seguirá contando con foros para cotillear y lanzar rumores, en un modelo que compara Twitter con aquellas populares reuniones en plazas públicas para malmeter, y que era la única dosis informativa para una parte de la sociedad. Porque las fake news tienen ahora un nombre muy moderno, pero son tan propias del ser humano como el hecho de no aprender de la historia.
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