18 de abril de 2024, 3:23:58
Economía eLatam


Economic Reports
El capitalismo obligado a entrar en una nueva fase


José Luis Zunni. Director de ECOFIN.es, coordinador de la División de Análisis de ECOFIN y del Blog de Mangement & Leadership. Junta Directiva de Governance2014, coordinador académico de e Latam y profesor de la EEN (Escuela Europea de Negocios).

Salvador Molina. Presidente del Foro ECOFIN, periodista y analista económico. Presidente fundador de la Asociación de Profesionales de la Comunicación (ProCom). Miembro de la Junta Directiva de ATA, de AGC y de otras organizaciones. Vicepresidente de la Fundación Woman’s Week.

Rubén E. Bianco, Junta Directiva Governance2014, analista económico-financiero internacional y experto en bolsas y mercados de valores. División de análisis de e Latam y División de Análisis de ECOFIN.

Paco Fernández Reguero, consultor, Junta Directiva Governance2014 e integrante de la División de Análisis de ECOFIN.

Javier Espina, Junta Directiva Governance2014, Javier Espina Hellín.  Ex director de relaciones internacionales de ESIC y miembro de ECOFIN Business Schools Group.

Eduardo Rebollada Casado, miembro de la Junta Directiva de Governance2014 y co- autor con José Luis Zunni de más de 150 artículos de Management y liderazgo en la EEN (Escuela Europea de Negocios) y colaborador del Blog Management & Liderazgo de ECOFIN.

Eva Prats, analista, consultora, Junta Directiva Governance2014 e integrante del departamento de análisis de e Latam.

Ximo Salas, consultor, Junta Directiva Governance2014, autor del libro “Mejora y gana”, conferenciante, analista de la realidad social y experto en redes sociales.

Enrique Pampliega, Junta Directiva Governance2014, analista y experto en marketing digital y redes sociales.

 

¿Qué pasa en el mundo? ¿Qué está pasando en España? El revolcón electoral de la formación ‘Podemos’, vencedora de 5 escaños de eurodiputados y llegando desde la nada, revela la existencia de una profunda brecha social en el mundo de las ideas, de la sociedad civil y del pensamiento económico.

Un nuevo Pablo Iglesias, líder de ‘Podemos’, quiere hacernos repensar en los propios cimientos de nuestra sociedad postindustrial, moderna, social y pacífica. Pero es sólo la punta de un iceberg que convulsiona todo el Occidente rico y solidario.

“Convertir la indignación ciudadana en cambio político”, esta es la gasolina que lubrica el motor de ‘Podemos’ y de otras decenas de movimientos sociales, políticos y culturales que ponen en solfa el modelo político-económico imperante durante casi un siglo. ¿Es verdad que el capitalismo ha muerto? ¿Hay que reinventarlo?

 


El mundo que le dejaremos a nuestros hijos y nietos no es el que siempre quisimos o imaginamos. Hemos asistido a las diferentes crisis de las dos ideologías utópicas que heredamos de nuestros mayores. Presenciamos como una de ellas caía al mismo tiempo que el muro de Berlín y como la otra iba convirtiéndose en un canon de éxito, crecimiento y progreso.

La primera, desaparecida del enfrentamiento que protagonizó durante la guerra fría, se aferra, salvaje y desesperadamente, a la vida política en regímenes totalitarios que aíslan a sus habitantes en una quimera de igualdad que no respeta al individuo ni a sus derechos fundamentales. Son una dura realidad encerrada en espacios geográficos concretos en el Caribe y en Asia.

La segunda, es una realidad planetaria, incluso adoptada “parcialmente” por países construidos en su contrapoder ideológico, en la que adormecidos y anestesiados por un pretendido nivel de vida, vamos comprobando como el mundo financiero toma el control sin ambages ni reparos éticos.

 

Aquellos en los que hemos depositado nuestra confianza a través del  voto, han relajado tanto su labor como políticos y gestores que nos están llevando a un abismo que nuestros abuelos creyeron que evitarían para que nunca se repitiese  después del “crack” del 29.  Algunos  están cometiendo una “travesura” que  nos está quitando oportunidades, estímulo  y deseos de superación a nosotros y a las generaciones que nos sucederán.

Creímos en la  actual revolución ideológica, social, tecnológica y en su triunfo. Desde las máquinas hasta las más complejas innovaciones en las telecomunicaciones y que su llegada  haría más sencillas nuestras vidas y que,  incluso, llegaría el momento en el que ellas trabajarían por nosotros, y tendríamos tiempo libre para disfrutar de una vida más larga (uno de los frutos de los avances en medicina y genética). Una especie de paraíso que nos anticipaba la Biblia para el futuro y que se convertiría en una realidad terrenal, mucho antes de lo previsto.

Pero no es cuestión de fe, sino de realismo, lo que coloca al género humano en una situación más que comprometida en este primer cuarto del siglo XXI, y que, recuperándonos de una crisis como ninguna anterior, estamos empeñados (es un deseo) en protagonizar y no en transitar .

¿En qué parte estamos de ese camino?

El pasado mes de enero, el presidente Obama se dirigía en su discurso del “estado de la unión” al Congreso de los Estados Unidos, haciendo una especial llamada a los políticos, fueran demócratas o republicanos, diciendo que si no se llega a fortalecer el crecimiento del país apoyando la clase media, las mejoras en la educación, la sanidad, el acceso al crédito, etc., “esto significaría que algo estamos haciendo mal”. La ovación unánime de todos los congresistas, evidenció que existe un largo trecho entre lo dicho y lo hecho hasta ahora. Una buena noticia “estética” que se produce en algunos países al menos, en los que se está tomando consciencia de lo que se nos viene encima si los políticos se abandonan a la influencia de los ”grupos de presión” y no actúan con la diligencia debida en la búsqueda de medidas que alivien el sufrimiento de los millones de personas que incluso en el propio mundo desarrollado empiezan a quedar fuera del sistema.

El propio Estados Unidos y el conjunto de la Unión Europea,  en particular los países mediterráneos, son ejemplo de los tremendos errores que se pueden cometer en política cuando las consecuencias terminan afectando a los de siempre, a los más vulnerables, bien a través de subidas de impuestos o de recorte de prestaciones sociales.

Pero, ¿Cómo hemos llegado a este punto?

En síntesis, por la codicia de muchos, la dejación de funciones de unos pocos y por la ignorancia, permisividad e indolencia de todos nosotros.

Es una historia que tiene el epílogo en los años de la depresión económica del 29 y como escenario el centro del mundo capitalista y primera potencia mundial.

El famoso crack del 29 fue tan brutal, terrible e inesperado que los políticos que tuvieron que enfrentarla se conjuraron, superando incluso diferencias ideológicas irreconciliables para que no volviese a suceder. Regularon de acuerdo a su reciente experiencia. Consiguieron prosperar durante un periodo de casi 40 años vigilando, estrechamente, a su sistema financiero. En un intento por simplificar, diremos que con bancos y agentes financieros pequeños que tenían prohibido especular con los ahorros de sus clientes.

Es con Reagan cuando comienza el período desregulador. Con Clinton y bajo el auspicio intelectual de Greenspan acelera su paso y la influencia de los lobbies y corporaciones financieras es cada vez mayor. En los años 90 el sistema financiero norteamericano estaba compuesto por grandes empresas cuyo tamaño y volumen de operaciones comprometía, en caso de quiebra, a todo el sistema financiero. Quizás, la operación que marcó un techo en esta tendencia de megaestructuras fue la fusión en 1998 de Citicorp y Travelers. El ahora Citigroup era la compañía de servicios financieros más grande del mundo.

Y todo esto se hacía contraviniendo una de las leyes que nacieron para regular el aparato financiero surgido después de la gran depresión. La ley Glass-Steagall que prohibía la especulación con los ahorros de los impositores de la entidad. Poco menos de un año después se aprobaba, con el apoyo de los congresistas, la ley Gramm-Leach-Briley que también es conocida por la ley de auxilio a Citigroup. Con ella, la operación contaba con todos los parabienes desreguladores del poder político.

Fruto de esa desregulación y antes de producirse el cataclismo financiero que nos ha traído a la crisis que aún sufrimos en todo el mundo ya hubo otra. En España se conoció como la de “las punto com”. La crisis de las empresas tecnológicas de 2001.

Si recordamos, se saldó con unas pérdidas de más de 5 billones de dólares USA y con multas millonarias (1.400 millones de dólares USA para evitar juicios) a una decena de bancos de inversión por “mala praxis”

Sin embargo, con esa misma desregulación y la creación de unos productos financieros complejos como los derivados, y a pesar de los antecedentes por una gestión “arriesgada” de estos operadores financieros, se podía especular con o contra cualquier cosa. Con productos estructurados se podía apostar a o contra desde divisas hasta el precio del crudo generando un mercado en esos años de más de 50 billones de dólares.

Se crearon los CDO (Obligaciones de Deuda Colaterizada) que combinaban estas hipotecas con otros productos financieros y, que siendo calificadas por las agencias de rating con hasta “AAA” (máxima garantía), se “colocaban” a inversores de todo el mundo sin que estos supieran valorar el riesgo que estaban asumiendo con la compra de estos productos troceados.

Durante el periodo de 2000 a 2003, el número de hipotecas anuales  en EEUU se cuadruplicaron, con lo que aquellas que presentaban más riesgo de impago (también llamadas Subprime) se dispararon, pero con todo, como casi cualquiera que solicitaba una hipoteca la conseguía y a tasas muy bajas, el precio de la vivienda también se disparó. De hecho, de 1996 al 2006 el precio de las mismas casi se duplicó (194%).

El volumen de las mencionadas hipotecas subprime aumentaron de 30.000 millones de dólares USA al año a más de 600.000 millones de dólares USA en 10 años.

Como los bancos ganaban más con las “subprime” (a pesar de ser mucho más peligrosas eran las que más incentivaban entre sus agentes) y con los productos estructurados que creaban (CDO) con ellas junto a otros productos financieros, se endeudaban más para comprar más créditos y poder crear más CDO que vender a terceros inversores de todo el mundo.

En otras palabras, los bancos se apalancaban cada vez más (relación entre capital propio y crédito) y su deuda cada vez era mayor. De hecho, ningún regulador encontró razones para poner un límite a ese endeudamiento bancario. Incluso sucedió lo contrario. La SEC (Securities and Exchange Commission) evaluó la posibilidad de anular los límites de endeudamiento bancario.

La falta de regulación provocó que el apalancamiento del sistema financiero llegase al 33:1, es decir, una mínima bajada en el valor de los activos les dejaría insolventes.

Pero, como nadie deja de bailar hasta que para la música, se crearon nuevos productos estructurados como los CDS que permitían apostar contra la caída del valor que se había vendido a un inversor como seguro…

El principio de un final, que aún estamos superando en todo el mundo, de esta historia es la caída de Leehman Brothers, el 16 de septiembre de 2008, y de los “Edge Funds” que teniendo acciones de la entidad descubrieron, de la noche a la mañana, que no valían nada.

El 18 de septiembre, Paulson y Bernanke pedían al Congreso 700.000 millones de dólares para rescatar al sistema financiero y Bush firma el recate pocos días después, el 4 de octubre de ese año. 

Es el comienzo de una recesión mundial sin precedentes, de una pesadilla que eleva los índices de desempleo a cifras imposibles de admitir tanto en EEUU como aquí en Europa (y especialmente en los países periféricos entre los que nos encontramos) que implica un descenso notable en el consumo de las familias y, por ejemplo, en una economía global e interconectada, la pérdida de empleo de más de 10 millones de trabajadores que emigraron del campo a las grandes ciudades manufactureras de la China industrial...

Pero no podemos olvidar, que son los políticos quienes regulan y controlan a través de los bancos centrales la masa monetaria en circulación y el precio del dinero en el sistema, y que la conjunción de éstos facilita la creación de incentivos perversos.

¿Por qué cualquier ciudadano no tiene derecho a tener en propiedad una vivienda? ¿Qué político es capaz de negarle la posibilidad de alcanzar ese sueño? ¿Por qué no crear ilusión de riqueza haciendo crecer el valor de los activos por encima de su rendimiento?. Y es que el político vive instalado en el corto plazo, entre los 3 ó 4 años, siempre pendiente de las siguientes elecciones ¿cómo va a defraudar la ilusión de sus votantes?

Así que un enorme despropósito que nace por la codicia de muchos, la dejación de funciones de unos pocos reguladores y políticos y por la ignorancia, la permisividad e indolencia de todos nosotros que, resignados y sin cuestionar las acciones de nuestros representantes, pagamos la factura de sus decisiones. Muchos expertos no supieron identificar los riesgos que suponía seguir el “mantra” que asegura que “el mercado se autorregula”, no supieron valorar los incentivos perversos que lo insuflaban y los resultados en la mayoría de países están a la vista. Cabe una pregunta a modo de reflexión ¿por qué no se extendió a Canadá y Australia la crisis financiera?

¿El capitalismo está en cuestión o lo está su capacidad de regulación?, ¿La política está al servicio de la economía?, ¿Existe un enfrentamiento entre ideología y sentido común? ¿Es posible creer que alguien vaya en contra de sus propios intereses, incluso cuando estos estos están abiertamente en contradicción de los generales, si es incentivado con enormes beneficios?

¿Podemos decir que  estamos en un momento de gran transformación social?

Quizá un ejemplo esperanzador, lo tenemos en un grupo industrial líder como Toyota, que  asumiendo  que nos hemos desviado un tanto en el modelo capitalista de los buenos fines de distribución de la riqueza y reducción de la desigualdad, que la dirección de la compañía ha decidido reemplazar robots por seres humanos. La noticia proviene de diversas fábricas que la marca tiene emplazadas en Japón (vuelven a poner líneas de producción totalmente manuales) y de tal suerte superar problemas de calidad. El Jefe de Producción de TOYOTA, el Sr. “Kasai”, dijo recientemente: “Debemos ser más sólidos y volver a lo básico, perfeccionar nuestras habilidades manuales y desarrollarlas más”. Obviamente el fondo de la cuestión es más complejo : la paradoja  producida por el  incremento espectacular de la tecnología  sin apenas repercusión  en las clases medias y trabajadoras.

¿En qué fase del capitalismo se torció el rumbo?

Una de las conclusiones que podemos extraer de la actual crisis mundial es que  el capitalismo requiere de un adecuado marco regulatorio por parte de los estados soberanos (o eventualmente organismos supranacionales) que puedan acotarlo, limitándole sus excesos y estableciendo una dinámica más apropiada. Hay que actuar para que  los procesos financieros, industriales, comerciales, manufactureros, etc., no contravengan el sentido común y se ejecuten en plena armonía con el medio ambiente, atendiendo la sustentabilidad de las explotaciones y de las empresas manufactureras, y todo ello sin penalizar a las más eficientes en favor de las menos eficientes y costosas sin futuro. 

No es posible admitir como parte del desarrollo y del crecimiento que el orden social y económico actual sea peor que el de generaciones pasadas y que la brecha entre los que más tienen y los que menos sea cada vez más grande. Esto nos quita esperanzas, nos empobrece y nos lleva a un callejón sin salida. De igual modo, nos afecta el “capitalismo salvaje” que no mide consecuencias, y que busca objetivos de rentabilidad inalcanzables a cualquier precio e inasumibles desde un punto de vista social. Es necesaria la mesura, buscar el equilibrio y vivir en plena armonía con los factores productivos.

¿Es posible creer en un  un capitalismo más equilibrado y que afecte menos a la distribución inequitativa de la riqueza?

La construcción de las sociedades del bienestar que supieron levantar las generaciones que nos preceden lo validan. Claro que sí. Sólo debemos ajustar aquellos parámetros que la historia nos enseña que no son aceptables. Los gobiernos saben o deberían saber qué actividades son las más proclives para potenciar y sacar el máximo provecho de sus recursos naturales, materiales y humanos que favorezcan un desarrollo sostenible y generador de un dinamismo social sano y con pleno empleo.

Hagamos un razonamiento simple, con un ejemplo de lo acontecido en España, para inferir cuándo el capitalismo por falta de decisión política torció el rumbo y dañó expectativas de los trabajadores en general.

ESPAÑA 1975: Una vivienda media de 75 m2 en 1975 costaba 1.125.000 pesetas (15.000 pesetas el metro cuadrado). Un automóvil mediano costaba 200.000 pesetas. En total, vivienda y vehículo costaban 1.325.000 pesetas. Teniendo en cuenta que el sueldo medio de la época era de 22.000 pesetas mensuales, a un trabajador medio le hubiese costado su adquisición unos 60 salarios completos.

ESPAÑA 2014: Una vivienda media de 75 m2 cuesta 131.175 euros (1.749 €/m2) y un automóvil mediano cuesta 15.000 euros. En total, 146.175 euros. Teniendo en cuenta que el salario promedio actual es de 1345 euros mensuales, a un trabajador mediole costaría su adquisición unos 109 salarios (un 55 % más de esfuerzo laboral –medición temporal)

¿Qué ha pasado?

El capitalismo, en su nueva fase, reparte menos beneficios a los asalariados y por consiguiente, las nuevas generaciones ya no pueden aspirar a acceder a igual cantidad de bienes y servicios, que sí podían adquirir nuestros mayores de clase media.

Un informe de David Leonhardt y Kevin Quealy para The New York Times Internacional Weekly, dice referido a los Estados Unidos de América: “Las empresas en la economía estadounidense distribuyen una parte más pequeña de su fortuna a la clase media y los pobres que empresas similares en otras partes”; y continúa: “Los altos ejecutivos ganan considerablemente más en Estados Unidos que en otros países ricos. Podríamos concluir que este fenómeno, aunque atenuado en otras zonas geográficas, es un mal endémico de nuestro siglo XXI (proceso iniciado en el último cuarto del siglo XX)”

Por otro lado, las mediciones estadísticas de los países, no son suficientemente creíbles, dado que, por un lado miden inflación y por el otro alzas salariales promedios. De ambos datos, se infiere que los salarios siempre se acomodan, de alguna u otra forma, para atenuar o neutralizar los efectos inflacionarios, para evitar pérdida de poder adquisitivo, pero como vemos en el ejemplo de España desde 1975 a la fecha, a los asalariados les cuesta el doble de tiempo laboral alcanzar los mismos objetivos.

No es un tema de la moneda, de sus políticas sociales, ni de sus gobiernos de turno, sino de algo mucho más profundo y que aún no ha sido abordado por los líderes políticos a pesar de que los economistas lo vienen “pidiendo a gritos” desde hace varios años. Especialmente sensible se mostró el FORO DE DAVOS, en el último lustro, al admitir que la pobreza y la inequidad distributiva serían los responsables de los problemas del crecimiento económico si no se corregía este fenómeno.

Pero hoy en día, somos ciudadanos del mundo. No podemos vivir aislados y al margen de lo que ocurre en otros países. La riqueza en el tiempo va cambiando de personas y países o de áreas de influencia, basta recordar la Roma de los césares, o la España de Felipe II. De igual modo, la pobreza cambia ¿os acordáis de la pobreza en Bangladesh o la India en los años noventa?. Hoy, África es la prueba de fuego, y pese a estar cerca de Europa, concentra uno de los niveles más altos de pobreza del planeta. Es necesario buscar una mejor distribución global de la riqueza, pues si se pretende mejorar el empleo en los países ricos es necesario crear nueva demanda y ésta debe venir de la mejora de rentas de los países más pobres. ¿Acaso nuestros políticos tienen visión de esta realidad o están pensando en no perder votos en las próximas elecciones?

De lo expuesto, surge que el capitalismo debe ser reformulado si queremos evitar un enfrentamiento, un choque de trenes entre los apostados en ambos lados por una brecha social cada vez más amplia, pronunciada y distante. Una nueva y brutal  guerra mundial que puede estallar en las próximas décadas, cuando las dificultades sean insalvables y los estallidos sociales generalizados. No es un ejercicio libre de ciencia social-ficción, sino que podrían derivarse enfrentamientos bélicos entre regiones económicas, e incluso dentro de una región concreta por el acceso a materias primas básicas o incluso a la  ALIMENTACIÓN.

Una teoría que parte de un ejemplo, intenta  explicar este fenómeno actual: Peral Brady, es una neoyorquina de 28 años; cuenta con dos títulos universitarios, una licenciatura y una maestría, tiene un empleo estable en un sindicato y con beneficios, pero no tiene ahorros; ella afirma: “Pertenezco a esa categoría de gente que está muy nerviosa. Sé cuanto dinero voy a ganar a corto plazo. Espero poder ahorrar en mi tercera y cuarta décadas, pero no sé cómo. Es aterrador”.

Un estudio de Urban Institute, una institución de análisis sin fines de lucro de Washington, determina que Brady y sus conciudadanos estadounidenses de hasta 40 años han acumulado menos riqueza que sus padres a la misma edad, a pesar de que la riqueza promedio de los estadounidenses se ha duplicado en el transcurso de los últimos 25 años. Caroline Ratcliffe, autora del estudio, dijo: “En este país se espera que a cada generación le vaya mejor que a la anterior”, aunque la situación de los jóvenes estadounidenses podría no tener precedentes.

Brady gana unos 1.800 dólares al mes. Pero pagó parte de sus estudios de grado y posgrado con créditos, que ahora le cuestan alrededor de 400 dólares mensuales. Si a esto descontamos, el alquiler del apartamento, los gastos de desplazamiento y manutención, la ropa, la tarjeta de crédito, el seguro médico, etc… Brady, difícilmente podrá destinar parte de sus ingresos al ahorro.

Un amplio espectro de factores económicos conspira para impedir la generación de riqueza de los trabajadores más jóvenes del país, que se encuentran ante sueldos estancados, además de enfrentar un derrumbe inmobiliario y una creciente deuda por créditos de estudio.

Urbain Institute parece definir el problema como una suerte de “tormenta perfecta” de tendencias económicas que golpea a los trabajadores jóvenes por tres razones básicas:

1) El derrumbe de la burbuja inmobiliaria hizo que muchos adultos jóvenes queden excluidos del mercado crediticio, porque las condiciones para acceder a un préstamo son más estrictas.

2) El incremento de la deuda por créditos de estudios, que ha seguido creciendo durante la recesión.

3) También contribuye que el índice de desempleo de los trabajadores entre 28 á 34 años (7,8 %) es más alto que el índice de desempleo en las edades que van de los 45 a los 54 años (5,5 %)

¿Qué podemos concluir de los puntos 1) y 2)?

No estamos de acuerdo con ninguno de ambos supuestos que explicarían el fenómeno.

  • Para 1), si el empleado (joven en nuestro caso) no cubre sus necesidades primarias (no solo de subsistencia) con su salario, no es un crédito lo que le hace falta (suponiendo que no califica por el endurecimiento de los requisitos), sino una mejora real de su remuneración, acorde con el aumento medio de la riqueza de los estadounidenses (se duplicó en los últimos 25 años, pero se repartió de manera desigual). Mientras le sigamos dando crédito, solo prolongaremos la agonía, que al final será más severa y terminal.
  • Para 2), es verdad que el incremento de la deuda por créditos de estudios, siguió creciendo aún durante la recesión (dado que los pagos de las deudas, que se contrajeron a tan largo plazo, atraviesan distintos períodos de la economía local y global: expansión, recesión, contracción, depresión, etc.), pero también lo hicieron los costes del sistema educativo (de las cuales la carga salarial influye en menor proporción). Así que la solución pasaría por repartir mejor la riqueza, de tal suerte que el estudiante pueda holgadamente pagar su deuda contraída con la institución académica en la que se formó.

Otra posible explicación del fenómeno:

David Leonhardt y Kevin Quealy en su informe para The New York Times Internacional Weekly, analizan el problema en los EEUU y expresan que “El logro educativo en los Estados Unidos creció mucho menos que en la mayor parte del mundo industrializado en los últimos tres decenios, lo cual dificulta que la economía estadounidense pueda mantener su parte de empleos altamente calificados y bien pagados”, siendo tal circunstancia una razón de peso, que explicaría por sí misma una remuneración de menor cuantía por mano de obra especializada, a tenor de su menor “eficiencia”, y consecuentemente, a nivel general, una menor participación en la distribución de la riqueza.

Y respecto a los jóvenes dice el informe, que sus habilidades en lengua, aritmética y tecnología no llegan a superar el promedio en relación con personas de igual edad del resto del mundo industrializado, y hace hincapié en el colectivo de los jóvenes entre 16 y 24 años, clasificados en el segmento inferior entre los países más ricos, muy por detrás de Canadá, Australia, Japón y Escandinavia y más cerca de los de Italia y España.

Los mismos analistas dejan entrever que otra razón podría ser, a) que el salario mínimo sea más bajo en términos reales que en tiempos pasados y b) los sindicatos sean más débiles, en esta época, que en las anteriores y no hayan podido mantener su presión hacia el crecimiento de los salarios.

Esta teoría parte de que podrían existir razones de formación educacional (deficiencias) en algunas regiones del globo y que éstas estén afectando los ingresos netos reales de los asalariados, disminuyendo su participación en la distribución de la riqueza, razón que no habría que descartar (en estos últimos 30 años lo que se elevó es el requerimiento de idoneidades, conocimiento, información, talento y creatividad, a la par del avance de la tecnología; es por ello que muchos desempleados crónicos, se desalentaron y dejaron de buscar empleos, y otros aceptan remuneraciones se subsistencia, ante la nueva realidad).

El impulso fundamental de la acumulación capitalista no es hoy ni el capital ni el trabajo, sino la intensidad del conocimiento a escala global, que permiten a algunos países absorber mano de obra calificada, al producir mayor valor añadido por unidad de producto exportado.

No obstante algo está sucediendo para que el 15 % de los estadounidenses vivan por debajo de la línea de la pobreza (46 millones de personas). En otros ciclos históricos, cuando la mano de obra era más intensiva (la época del carbón, la máquina de vapor, los leñadores, los artesanos, el cultivo de la tierra con elementos de labranza auxiliados por bueyes, los ferrocarriles, la construcción de casas, edificios, caminos, etc. con muy poca maquinaria, la industria automotriz de principio del siglo XX), casi todo el mundo tenía trabajo (bastaba la voluntad de emplearse), pero hoy se necesitan otras aptitudes, y por ello hay gente excluida del sistema.

En poblados muy pobres de los EEUU, como McDowell County, sus habitantes admiten depender de los subsidios; el 47 % del ingreso personal del condado procede de programas federales. En 1960 la pobreza de esa zona era del 50 % y en 1980 logró bajarla a 23,5 %, pero luego ascendió continuadamente, hasta que en estos días las familias pobres con hijos constituyen el 41 % de la población.

Como vemos, menos de la tercera parte de McDowell County integra la fuerza laboral y los dirigentes políticos no han sabido crear las expectativas y motivación suficiente para que la población luche por cambiar la inercia. La naturaleza del problema nos permite inferir una grieta en el modelo capitalista. No podemos concluir que hay un ingrediente común en todos los procesos que conllevan a agigantar la grieta, pero se advierte que el mal se está generalizando y aunque se perciben diferencias entre regiones, también debemos reconocer similitudes de contexto, de las que sería provechoso sacar alguna conclusión global.

 

Teoría Thomas Piketty

Un economista francés, Thomas Piketty, se está convirtiendo en un influyente profeta al advertir los graves riesgos “de la concentración extrema de los patrimonios”. Su ensayo es un inusual best seller. En Estados Unidos se vende con mayor éxito que la saga Games of Thrones o Frozen, de Disney.

 

Paul Krugman ha señalado que “revoluciona la manera de abordar las disparidades económicas poniendo a los ricos en el centro del debate”. Es probable que la obra de Piketty, “Le Capital au XXI siecle”, resulte una importante referencia económica y política en el mundo, como no ocurría en mucho tiempo. Para Piketty, más allá de Marx o Tocqueville, “el capitalismo patrimonial está de regreso”, como en otros etapas de la historia, con la misma lógica de la acumulación económica dominada por dinastías familiares.

 

El retorno de capital es mayor que la tasa de crecimiento. La solución a esta involución, según Piketty, consistiría en gravar las rentas de capital hasta que su retorno neto (después de impuestos) se sitúe por debajo del crecimiento económico. Para ese objetivo, propone un impuesto global del 80% a las rentas financieras superiores al millón de dólares, de 50 a 60% por encima de 200 mil dólares, y un impuesto a la riqueza del 10% anual en las mayores fortunas, o el 20% una única vez en patrimonios altos. Pero Piketty parece olvidar quiénes fueron los creadores de tamaña disfunción, los políticos y su manipulación del precio del dinero a través de los bancos centrales. Cuando tu principal factor productivo (el dinero) es casi gratuito la rentabilidad de tu inversión tiende a ser máxima. ¿Por qué atacar con impuestos las consecuencias y no atajar las causas (relajación monetaria, regulación y supervisión mediocre,…?).

 

La publicación enfatiza que las desigualdades existentes terminan con la posibilidad de sociedades estables. De continuar, se transformarían en insostenibles para dentro de dos o tres décadas con situaciones sociales similares al siglo XIX. También sería el germen de nacionalismos extremos o de excesos de proteccionismo.

 

En este sentido, señala que para evitar terminar en ese mundo de injusticias resulta urgente solucionar los problemas de desigualdad existentes. De lo contrario, advierte, se resolverán por la violencia.

 

Más allá de su propuesta, como de las advertencias o de los calificativos que ha recibido de ser un marxista moderado por relativizar el modelo soviético, lo cierto es que el diagnóstico de Piketty es tenido en cuenta en las principales capitales del mundo, incluyendo la Casa Blanca, por entender que las ideas contenidas en la publicación, en el sentido que el mercado sea el esclavo y no al contrario, podrían transformar el escenario económico y político mundial. Lo recomendable, por lo pronto, es leerlo con atención.

 

El actor Robert Downey Jr. percibió 50 millones de dólares en el año 2012 por interpretar “The Avengers” y un profesor de Economía de Harvard escribió: “El estadounidense medio tendría que trabajar unos mil años para ganar eso”.

 

Thomas Piketty, advirtió que en 1910 el 1% de la población mundial concentraba 48% de la renta, un siglo después, en 2010, esa porción es casi similar, 50%.

 

 

La incidencia de los rescates de la UE en la distribución de la riqueza

Irlanda, España y ahora Portugal salieron de la zona peligrosa de intervención. Falta saber qué va a suceder con Grecia, si finalmente tendrá que ser rescatada por tercera vez. Pero la cuestión es en qué grado estos procedimientos agudizaron la inequidad en la distribución de la riqueza en Europa, especialmente la mediterránea, y cuánto tiempo tendrán que soportar las clases medias castigadas por la crisis, hasta volver a niveles de empleo más acorde con el mundo desarrollado y rescatando de la marginación social a millones de familias.

 

En el caso español, 6 millones de parados no es un problema de ajuste, porque la tasa de paro no bajará del 20% de aquí a 2018 según estudios serios de la OCDE y el FMI. Entonces la cuestión es si a la pregunta que hacemos sobre en qué fase estamos, debiéramos agregarle la siguiente: ¿Qué políticas deben aplicarse para reencaminar y redireccionar la distribución de la riqueza en la medida que se vaya consolidando el crecimiento tenue pero positivo del PIB?

 

Someterse únicamente a los dictados de Bruselas enfrentándonos a un máximo de un 3% de déficit y dejando caer los ajustes presupuestarios sobre las clases medias y más desfavorecidas soportando recortes, impuestos y paro es una “espada de Damocles” sobre la estabilidad institucional del sistema. Nuestros políticos no están dispuestos a recortar sus prerrogativas, sus espacios de poder y de captación de voto cautivo que promuevan una mejor distribución de la carga. Es necesario un nuevo andamiaje territorial, una nueva Administración más ligera, de menor costo, para la prestación de servicios a la ciudadanía, porque puede llegar el día que realmente tengamos que decidir: o cañones o mantequilla, o nuestra sanidad gratuita o seguir manteniendo nuestra hipertrofiada estructura política.

 

Consciente del problema (esta fase perniciosa del actual capitalismo) un reconocido líder internacional como Obama, ha dejado entrever que si no hacemos nada al respecto, más tarde habrá que asumir el error, cuando las consecuencias y sus posibles alternativas o soluciones, sean tanto más dolorosas. Esta preocupación del líder estadounidense es en sí misma una reflexión sobre la distribución de la riqueza y las injusticias que devienen del propio sistema cuando se saltan de manera imprudente todos los controles –como de hecho ha ocurrido– y se produce el estallido financiero.

 

Nouriel Roubini, “presume” de que no volverá a repetirse una crisis financiera internacional (en intensidad y alcance, similar a la que padecimos en el 2008/2009 y sus secuelas), pero pronostica que se suscitarán de manera recurrente y con menor intensidad, una serie de crisis sistémicas que provocarán algunas turbulencias en los mercados. Otros economistas piensan que aún no ha estallado la madre de todas las burbujas, la de la deuda.

 

La cuestión es que los gobiernos, especialmente los dos grandes bloques y potencias económicas como Estados Unidos y la UE, parece que ya han tomado todas las medidas para que, en caso de repetirse una crisis importante, no tenga las consecuencias de la pasada. Hasta aquí, digamos que estamos de acuerdo con Bruselas y con la reformulación de un sistema bancario y financiero controlado mediante la Unión Bancaria y los nuevos controles del BCE. Pero si bien el camino de la UE es ahora de salida (evidencia de ello son los tenues crecimientos positivos de los respectivos PIB’s), el liderazgo político tiene que emplearse a fondo para sacar de “la cuneta” a miles de PYMES y familias que en una mayoría de casos lo han perdido todo.

 

El engranaje del crecimiento económico (la senda de expansión) tiene que contemplar desde el inicio, la preocupación por la mejor distribución de la carga, tanto en cuanto a la riqueza distribuida como a los gastos que habrá que repercutir en los diferentes estamentos sociales. No se ha actuado con el principio de solidaridad, ni entre los estados socios, ni de cada país miembro de la UE con sus ciudadanos. Ello deriva del necesario cumplimiento de las exigencias de Bruselas y especialmente del núcleo duro de países que lidera Alemania.

 

Además, hay una evidente falta absoluta de liderazgo a nivel local de países como España, Portugal y Grecia: basta recordar cuando en la reunión que tuvieron los ejecutivos italiano y español, se habló de un frente mediterráneo ítalo-español, para hacer frente a las exigencias en cuanto a tiempo y quantum de cumplimiento, finalmente éste no prosperó y quedamos en manos de las decisiones que más convenían a Alemania y su zona de influencia.

 

El futuro de la UE se fortalecerá más, no solamente con una Unión Bancaria fuerte y un sistema a prueba de crisis sistémicas, sino en una necesaria acomodación de la distribución de la riqueza y aplicación de los principios de solidaridad y subsidiariedad. Obsesionarse con el 3% del déficit y hacer recaer la carga sobre la ciudadanía, ha demostrado que solamente ha servido para equilibrar parcialmente las cuentas públicas, pero no los bolsillos ni las oportunidades de los ciudadanos.

 

Kofi Annan, como secretario general de Naciones Unidas, tenía una frase que hemos comentado también en más de una ocasión: Hay que globalizar la riqueza y no la pobreza, pero este designio no fue cumplido, no al menos a través del Plan Millenniumm que para 2015 erradicaría la pobreza, enfermedades, desnutrición infantil y el hambre de las regiones más subdesarrolladas del planeta. Esto no implica que no haya habido avances significativos en la disminución de la pobreza extrema a nivel mundial, como los casos de China e India con su paulatina apertura a una economía de mercado. En 1981 vivían con menos de 1,25 dólares al día en China el 84% de su población y en la India el 61,7%, en 2008 éstos eran ya 13% y 36,3% respectivamente. El catedrático de la Universidad de Columbia Xavier Sala i Martin, nos aporta datos sobre la disminución de la extrema pobreza (vivir con menos de un dólar al día) desde 1970 a 2006, donde a pesar del aumento de la población en 2.880 millones de habitantes ésta disminuyó en 617 millones, hasta quedar en unos 350 millones.

 

La fase en la cual está el capitalismo hoy, se corresponde con una reformulación de sus mecanismos de control, pero también, guste o no a los más liberales en algunos de sus fundamentos, especialmente su postulado máximo, el cual da por sentado, que el mercado por sí mismo siempre corrige los desequilibrios y de la mejor manera posible. La evidencia empírica ha demostrado que ello no es así y en parte debido a la inadecuada acción del legislador de turno.

 

Cuántas crisis más habrá que soportar para que se convenzan algunos líderes de que la economía es una ciencia social que tiene que estar al servicio del hombre, no de los lobbies o grupos de presión.

 

No solamente con proyectos medioambientales acordes con un crecimiento sostenible se recuperará el mundo que conocemos, sino que hay que poner remedio a la peor de las crisis que puedan existir en nuestra civilización: la persistencia de la pobreza extrema y la inequidad en la distribución de la riqueza que condenará a más de 2.500 millones de habitantes a un fin incierto.

 

Los líderes efectivos deben anticiparse al futuro y efectuar los cambios necesarios.

Creemos firmemente que hay voluntad, en el caso de la UE, de preparar a la Europa de 2040. Pero también creemos que no están aplicando las medidas pertinentes, que en todo caso, deberían flexibilizar tiempos para que se tomen las medidas adecuadas y se logre un crecimiento equilibrado en lo social, con la mínima marginación posible y con la máxima incorporación de ciudadanos a los mercados de trabajo.

 

Aunque, recordando las palabras de Machado, “tenemos los líderes que nos merecemos” es tiempo de aprender de los fracasos y exigir a nuestros políticos un liderazgo transformador.

 

Necesitamos líderes que crean en aquello que dicen, que tengan una suficiencia intelectual que les haga menos vulnerables a la influencia de los lobbies y grupos de presión, que tengan visión largoplacista, que sepan alinear las necesidades de nuestro país con nuestro talento, muchas veces oculto tras la frustración cotidiana y que nos sepan ilusionar con objetivos comunes que nos alejen, como diría Ortega, del “tedio vital” al que nos conduce la diaria constatación de tanta mediocridad.

 

Europa sigue aún disgregada pese a la Unión, cada país va a lo suyo. La estructura creada es excesiva y lejana para el ciudadano. Hay un plan para 2040, pero falta lo más importante, liderazgo político para llevarlo a término. Sin ese liderazgo, no imposición, el equilibrio social y el pleno empleo están en entredicho.

 

 

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