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¡Qué pensamos! vs. ¡Cómo pensamos!

Por José Luis Zunni

Fue Albert Einstein quien dijo: "el mundo como lo hemos creado es un proceso de nuestro pensamiento. No se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de pensar." Con su habitual genialidad de ver dónde otros (mejor dicho, la gran mayoría) no podía ver o ni siquiera aproximarse, el gran físico alemán pudo contemplar el universo de una manera diferente a cómo se había comprendido hasta la fecha, porque no quedó atrapado en la concepción Newtoniana de la gravedad y la amplió, al mismo tiempo que transformó la física y el mundo conocido hasta entonces.

Su “Teoría General de la Relatividad” es el ejemplo perfecto del “cómo” por encima del “qué”, ya que el campo gravitatorio para Einstein no sólo era mucho más amplio (infinito) que el que había concebido Newton, sino que requería otro modelo de comprensión del universo. Perfectamente aplicable desde el punto de vista filosófico a la realidad cotidiana de las personas, cuyo necesario cumplimiento de las leyes físicas (por definición) no es incompatible (más bien lo contrario) con la manera en que se conducen en su vida. La conducta no es un punto del espacio-tiempo de un individuo, sino un proceso. Dije en alguna oportunidad en uno de mis artículos de liderazgo, que “la forma de conducirse de una persona en su vida es su autobiografía en movimiento”.

La clave no está en preocuparnos por qué pensamos en determinada cuestión, sino cómo articulamos nuestro mecanismo mental para desbrozar la realidad a la cual nos enfrentamos o la que queremos construir. El “cómo” (proceso) frente al “qué” (objeto). ¿No les suena familiar esta distinción en días tan convulsos que estamos viviendo en la política española? ¿No será que estamos asistiendo a un lamentable confusionismo de los procedimientos (el “cómo”) por encima de lo que en realidad es (el “qué”), con el agravante, que las percepciones que tienen siempre cada parte en la disputa cree es la correcta y que se ajusta a la realidad?

Siempre hemos sostenido que la mayoría de las personas que se han destacado en su campo de actuación, han logrado su mayor éxito después de haber experimentado uno o más fracasos, fuere en la ciencia, la política o la actividad empresarial. En algunos casos ocurrió, que sólo tuvieron que dar un paso después de haber sentido la horrible sensación de la derrota. O sea, que se levantaron inmediatamente después de la caída.

¿Cómo se dieron cuenta de que ya era el momento de reiniciar el camino hacia el éxito? Se trató del instante en que advirtieron que los procesos que habían desarrollado y aplicado hasta entonces, no estaban cubriendo las expectativas que tenían o simplemente que estaban equivocados. ¿Qué es lo que les sirvió de advertencia? ¿Cuál fue el faro que les indico ese minuto preciso de la necesidad de cambio? Su capacidad de reflexión sobre el “cómo” y no sobre el “qué”. Porque la realidad ya no encajaba en el “qué” conocido, sino que había que recurrir a un “cómo” diferente para poder comprender y gestionar la nueva realidad.

En una gran mayoría de ocasiones, se trataba de ajustar las formas de hacer las cosas a circunstancias que aparentemente no habían variado vistas desde la superficie, pero que analizadas con más detenimiento se podía observar que realmente se estaba produciendo un cambio profundo del estado de las cosas. Esto es lo que se está produciendo en la política en Europa, con la gran contestación social que por ejemplo, ha generado el triste episodio de los refugiados sirios y la tremenda incompetencia de las instituciones europeas para gestionar la crisis. Una vez más se quedaron en el “qué” en vez de implementar las acciones necesarias y urgentes: “el cómo”.

En esta construcción de nuestra realidad condicionada por la forma de pensar, hay que neutralizar todo lo que se pueda la preocupación y la inquietud, porque ambas son un mal uso de la imaginación, uno de los más importantes recursos de nuestra mente.

Fue al mismo Premio Nobel de Física Albert Einstein, que un periodista le preguntó que elegiría primero, si el conocimiento o la imaginación, durante su período de profesor de física teórica en la Universidad de Princeton. La respuesta aún resuena en las aulas de los estudiantes de física: “entre el conocimiento y la imaginación…elijo ésta última, porque el conocimiento en algún momento se agota…y con la imaginación…puedo navegar por el universo”. Una vez más el “cómo” sobre el “qué”.

En nuestro día a día, el mecanismo mental de recorrer espacios virtuales (los que están en nuestra mente porque los conocemos o porque los imaginamos), tiene por finalidad comprender por qué hacemos determinada cosa o cuál es la razón de que hayamos cambiado nuestro punto de vista sobre una determinada cuestión social o económica. Navegamos por el interior de nuestra mente sin la pretensión de emular al genio de Einstein, pero al menos ir corrigiendo nuestros mecanismos mentales de procesamiento del conocimiento y la información.

Si la ciencia nos permite conocer en el presente, que incluso las personas positivas pueden tener también pensamientos negativos, ¿cómo es que las personas de éxito pueden gestionar este tipo de situaciones? Simplemente no permiten que esos pensamientos les controlen. Es por ello, que la “escalera del éxito” nunca está demasiado concurrida en la cima. Son muchos los que quedan en el camino.

Los pensamientos son energía, son reales y tienen poder. Si Ud. se diese cuenta de lo poderoso que son sus pensamientos, nunca pensaría uno negativo. Pero por más que todos sus pensamientos sean positivos, no necesariamente va a lograr que el poder que tiene su mente le permita ser exitoso en todo lo que emprenda. Justamente deberá exigirse más en los procesos (el “cómo”) para llegar a las metas impuestas.

Benjamin Franklin afirmaba que “considerando lo difícil que es que una persona cambie, se comprende entonces qué baja probabilidad hay en tratar de cambiar a otras personas”. Cambiar el procedimiento o método de trabajo que lleva a cabo una persona, no puede hacerse sin un cambio de forma de pensar. Y esto tiene dos soluciones posibles: por la imposición (obligar) o por el propio convencimiento.

Cuando se obliga no necesariamente se explica y menos se comprende. El convencimiento exige que se entienda previamente. Un nivel mínimo de educación en las sociedades del tercer mundo, es necesario para comprender los beneficios de una cultura democrática frente a los vicios de la imposición de formas totalitarias o en el mejor de los casos, de democracias blandas como suele llamárselas y que lamentablemente abundan en el mundo no desarrollado.

En el ámbito personal, permitir que los problemas le abrumen y sobrepasen, puede deberse a que piensa demasiado (mientras tanto no actúa) y da tiempo a que por un exceso de análisis lo que era un problema resoluble se quede en uno sin solución. Situaciones que tan solo eran esto, situaciones, se convierten en problemas. Por lo que deducimos que el problema no es el problema, sino pensar que se tiene un problema (el mecanismo) que hace que se quede perplejo sin cambiar el estado de cosas.

Si creemos que por el solo hecho de pensar tenemos el control, podemos equivocarnos, aunque nos guste pensar que podemos controlar todo lo que sucede. Y esto es un error a escala individual y más aún a escala social, especialmente en las decisiones políticas. Muy en particular, en un momento como el actual en España, en el que se pueden cometer grandes errores y de consecuencias imprevisibles si creemos que se puede controlarlo todo. No se puede controlarlo todo en ningún ámbito de la vida, pero sí se puede controlar cómo responder a las cosas. Esta es la diferencia. La capacidad de respuesta al problema que se nos pone por delante, no en sí mismo el problema.

Y es aquí en dónde debe funcionar lo que estamos transmitiendo hoy a nuestras lectoras/es: la creencia de que estamos como una máquina automática “en control” de todos los procesos, lo que es una ilusión, cuando lo que sí es real es la capacidad de respuesta a nuestros pensamientos para poder ejercer un control legítimo y que marque la diferencia.

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