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Se buscan líderes como Shackleton para desatascar la política española

Por José Luis Zunni

He tenido la ocasión de ver un extraordinario documental de National Geographic Channel, “La conquista del Polo Sur” que demuestra las extraordinarias condiciones climatológicas (por lo adversas) de la expedición a la Antártida comandada por Sir Ernest Shackleton en 1914, uno de los exploradores británicos más aguerridos, al que le presta vida en el documental-filme de manera magistral (nos tiene acostumbrados) el reputado director y actor Kenneth Branagh.

¿Qué es lo que me ha impresionado de esta biografía tan bien hecha?

Que Shackleton, como todos los grandes líderes de la historia, jamás se daba por vencido a pesar de que las circunstancias parecían que se le ponían totalmente en su contra. Esto lo confirman las conversaciones que mantiene con los científicos de la Royal Geographical Society de Londres, a fin de convencerles que le apoyasen en tamaña empresa. Dado que el noruego Roald Amundsen ya se le había adelantado en 1911 en llegar al Polo Sur, Shackleton se reinventa a sí mismo proponiendo entonces cruzar todo el continente antártico, proeza que era considerada más una locura personal del intrépido comandante.

En sus conferencias explicaba de manera muy convincente por qué había que llevar a cabo la “Expedición Imperial Transatlántica” -como él la bautizara- afirmando “Creo que explorar forma parte de nuestra naturaleza. Tenemos que adentrarnos en lo desconocido. El único fracaso sería no estar dispuestos a explorar”.Y cuando ya se escuchaban los “cañones de agosto” en el Viejo Continente, o sea que la Primera Guerra Mundial estaba a las puertas, decía “mis aspiraciones truncadas me sirven de consuelo. Puede que sea un necio…pero no más que ningún otro”.

El consuelo al que se refería era levantarse después de la caída e intentarlo nuevamente. Esta actitud le lleva a reunirse con una mujer muy rica que finalmente pasa a ser una de las más importantes patrocinadoras de su expedición y le convence del por qué sería la más grande epopeya de la exploración científica. Ante un atónico Shackleton que escucha sus palabras, cuando le señala que hay un sobre ahí en el mueble del salón y le anima a seguir adelante diciéndole: “no todos tienen la posibilidad de vivir una vida como la suya. Pero Ud. tiene la posibilidad de compartir su visión con nosotros”.

Pero es sin duda en la Royal Geographic Society, con su Junta Directiva reunida a pleno, cuando el presidente de una de las entidades más respetadas de Inglaterra le dice: “una de las características de esta zona, como Ud. sabe…es la incertidumbre. Podría encontrarse con una cadena montañosa, y si así fuese, sería mucho más interesante para la ciencia detenerse a explorarla que continuar su viaje atravesando el continente”. Ante la obcecación de quién presidía la reunión, Shackleton responde: “atravesar el continente es lo que me había planteado hacer, creía que lo había dejado claro. No creo que haya un solo individuo en el Reino Unido y en alguna otra parte del Imperio que no desee que la primera bandera nacional que cruce la Antártida sea la británica”. No cabía duda que el patriotismo británico era fácil conquistarlo en estos términos, pero este comité científico era un hueso muy duro de roer.

Inmediatamente otro de los científicos de la prestigiosa sociedad geográfica, le dice de una forma muy despectiva: “deje los discursos para los periódicos. Aquí discutimos sobre los avances de la ciencia”. Shackleton con una sonrisa y con su gran capacidad diplomática le responde: “entonces tenemos un objetivo común”. ¿Qué le demuestra a este socio díscolo con su proyecto? Que tenían intereses comunes y que no eran otra cosa más que la lucha por el avance de la ciencia.

Nuevamente el presidente de la Junta toma la palabra de manera más suave que su colega y le dice que debe comprender que ese comité de científicos ponga la ciencia en primer lugar. Ni corto ni perezoso, Shackleton le responde con gran respeto: “mi Lord…no sólo lo acepto sino que lo celebro” (mensaje directo a la línea de flotación de la Royal Geographic Society, queriendo significar que no sólo los que conformaban el llamado “establishment” británico podían atribuirse la propiedad de lo científico). Esto es algo contra lo cual siempre han tenido que luchar los precursores en cualquier época de la historia.

A la Royal Society le preocupaba la publicidad que estaba haciendo Shackleton, posición ante la cual se ve obligado a explicar que si la noticia de los preparativos de la expedición no salía en los periódicos, los ciudadanos no sabrían qué es lo que se pretendía hacer y tal desconocimiento provocaría una ausencia de patrocinadores, porque a éstos les mueve la notoriedad. Que no estaba la publicidad reñida con la ciencia. No cabe duda que era un adelantado a su tiempo, hablando de mecenazgo y patrocinios.

Shackleton era de ascendencia inglesa por parte de padre e irlandesa por la rama materna. De ahí que la historia familiar condicionara también su carácter, al verse obligados su padre y sus diez hijos a emigrar a Inglaterra como consecuencia de la peste de la patata, teniendo que dejar su vida de hacendados. Por ello cuando adquiere el barco, uno de los su colaboradores que formaría parte de su núcleo duro en el viaje, le dice: “ya tienes tu barco…ahora ponle el nombre que quieras”, ante lo cual Shackleton le responde: “se llamara “endurance” que significa resistencia, como el lema de mi familia, que es resistir hasta la victoria”.

También me gusta resaltar ese típico carácter británico, cuando en su visita a Escocia para que un adinerado y muy bien posicionado Sir James, contribuyera también como patrocinador, cuando le cuestiona a Shackleton que ya no hay tiempo, que tiene que salir porque la guerra está en ciernes, le dice que finalmente le apoya porque “no me gusta malgastar mi dinero y en particular, detesto ver malgastado el talento de un hombre”.

Esta es la gran paradoja, tanto de Shackleton como de otros tantos hombres y mujeres que desafiaron a sus respectivas sociedades: cuánto más desprotegidos estaban y más poderosas eran las personalidades e instituciones a las que se enfrentaban, más fuerza adquirían en su lucha por la causa que defendían.

Esto sucedió con Marie Curie, con el Dr. Albert Schweitzer de Lambarene, Jane Goodall, Karen Blixen, Mahatma Gandhi, Alexander Solzhenitsyn y muy recientemente la niña pakistaní Malala Yousafzai. Como suele decirse “ni son todos los que están ni están todos los que son”. Lo que sí es cierto que todas estas personalidades no tenían un carácter acomodaticio, más bien fue su rebeldía la que les hizo grandes hombres y mujeres, que defendieron sus principios y valores por encima de cualquier otra consideración. Porque creían en lo que hacían y anteponían sus creencias y lo que defendían por encima de sus propias vidas. Este es el verdadero liderazgo que muy pocas personas (algunas elegidas) pueden llevar a la práctica.

En un momento en que en España estamos carentes de grandes líderes y ni siquiera, alguno de los políticos actuales tiene alguna proximidad a esta forma de ver el mundo, de la honestidad de los planteos y de la prevalencia del interés general, sea patriótico como el caso de la bandera británica cruzando la Antártida que le obsesionaba a Shackleton o de la defensa de la educación de los niños como viene haciendo Malala Yousafzai. Por eso, al ver este documental me vinieron a la cabeza los nombres de los candidatos y la gran distancia que tienen todos ellos, sin excepción, a lo que se puede considerar un liderazgo en el que el interés general esté por encima de verdad sobre las ambiciones personales de cada uno de ellos, por más que se llenen la boca diciendo lo contrario.

Un apunte: cuando Shackleton y su equipo están esperando la respuesta del gobierno sobre si debían enlistarse en las filas del ejército británico para incorporarse a la lucha en la Primera Guerra Mundial, o por el contrario, salir cuánto antes en la expedición, por fin reciben el telegrama con una sola palabra: PROCEED (que significa proceda o actúe). La firma del telegrama era de otro gran líder que supo comprender la visión de Shackleton y lo que ello significaría para el Imperio Británico: Primer Lord del Almirantazgo, Wiston Churchill.

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