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“Sabemos lo que somos, pero no sabemos lo que podemos ser” (William Shakespeare)

Por José Luis Zunni
¡Quién puede dudar de la natural habilidad de William Shakespeare para diseccionar la naturaleza humana! Al respecto la crítica es unánime. Pero cada vez que se nos presenta la ocasión para revisar su pensamiento, evidenciamos que su literatura tiene un alcance mucho mayor que la propia calidad de sus obras, la oportunidad y armonía de los personajes o la trama de sus historias. Son como el eje de rotación de la propia vida, a tal punto que no hizo mella en ellos el paso del tiempo. Por el contario, cada vez que los leemos y/o estudiamos, tenemos la sensación de que están muy vivos y con toda la fuerza para seguir moviendo la consciencia de la gente.

Cuando Shakespeare afirmaba que “no temas frente a la grandeza. Algunos nacen grandes, otros alcanzan la grandeza, y algunos tienen el impulso hacia la grandeza en ellos mismos” y lo comparamos con nuestra clase política, realmente nos viene como una corriente eléctrica al cuerpo, porque cuesta encontrar no sólo grandeza, sino sentido común en los políticos. La grandeza que definía el genial dramaturgo de Stratford-upon-Avon, era aquella que va más allá de la dimensión humana y que incluso después de la muerte, no termina de consumirse porque deja la herencia en los gestos, actos y palabras. Lo opuesto a la política actual que no ve el futuro porque carece de una visión clara de las metas que por ejemplo, deben prevalecer en el tramo final de la construcción europea.

A nivel local de España, tal dimensión se queda corta porque lo que realmente agranda o reduce la visión de los políticos es la medida de su personalismo, egoísmos y ambiciones que muy lejos están del espíritu de grandeza que emana en la visión Shakespereana.

Cuando Mahatma Gandhi se refería al futuro de las personas, afirmaba algo tan importante como “cuida tus pensamientos porque se volverán actos. Cuida tus actos porque se harán costumbre. Cuida tus costumbres porque formarán tu carácter. Cuida tu carácter porque formará tu destino. Y tu destino será tú vida”. ¿Es posible aplicar esta visión que les transmitía el gran pacifista a su pueblo con la que hoy nos transmite, por ejemplo, la clase política europea? Pareciera que tenían más claro el futuro los que luchaban por la independencia de la India en los meses previos a agosto de 1947, fecha en la que finalmente lograron salirse del yugo británico, que la visión que sobre el futuro tiene los líderes europeos después del Brexit y de hechos preocupantes como el intento fallido de golpe de estado en Turquía.

Y esto lo comprendemos aún mejor, cuando hacemos memoria sobre qué es la política. Probablemente la más universal de todas las definiciones sea la que la considera como “el arte de lo posible”. Hay que tener en cuenta dos atributos esenciales en el ejercicio del buen liderazgo, por ende de la alta política: la persistencia y la consistencia. El político que es persistente y fiel a sus valores y principios llegará a obtener lo que persigue. Pero con eso sólo no basta, porque además tiene que ser consistente para poder mantener tanto ideas, como principios como acciones.

Desde el pasado 20-D hemos estado expuestos a vaivenes continuos de opiniones, voluntades, negaciones, juicios de valor y un largo etcétera, pero si de algo estamos persuadidos, es que ningún líder en particular ha sobresalido por su persistencia acompañada del valor de la consistencia. Digamos que se han movido según soplaba el viento de las circunstancias más o menos favorables, tanto a los intereses personales como de partido. Y como muestra basta un botón, sorprende la diversidad de visiones que diferentes líderes del PSOE tienen y las confrontaciones de ideas que entre ellos mantienen sobre qué es lo que debe hacerse, pero no ajustado a la grandeza a la que referimos (el interés general de los ciudadanos y que haya un gobierno inmediatamente), sino puras especulaciones que entran en el terreno personal lejos de lo que pueda ser considerada alta política. Es triste, pero es así.

Uno de los más reconocidos expertos en organizaciones y modelos de liderazgo, Ken Blanchard, sostiene que “existe una gran diferencia entre el interés y el compromiso. Cuando estamos interesados en hacer algo, lo hacemos sólo cuando es conveniente. En cambio, cuando asumimos un compromiso por hacerlo, no aceptamos excusas, sólo resultados”. El alcance de esta sentencia de Blanchard excede el ámbito de las organizaciones privadas y puede perfectamente ser un espejo de lo que pasa en la esfera de la política.

¿Han demostrado los políticos españoles después del 26-J más compromiso que interés o por el contrario, ha sido el interés personal el que ha prevalecido sobre aquella característica de los grandes líderes que es asumir un compromiso? ¿O se están escudando en el sistema parlamentario y en los apoyos para reducir la cuestión de valores y principios sólo a la aritmética? La grandeza no entiende de números, sino de acciones. La capacidad de renunciamiento a pesar de la terrible lucha interior que ello conlleva es otra de las características de los grandes líderes. Los que en un momento determinado han dejado paso a otros y no entorpecieron el largo e inexorable camino de la historia.

Los líderes que inspiraron durante siglos a los nuevos líderes que venían por detrás, destacaron por la determinación que tuvieron, tanto para la acción como para saber cuándo era tiempo de sosiego y/o de renuncia.

Se critica mucho el absolutismo monárquico y aquello de que “el estado soy yo”, pero lamentablemente y salvando las distancias porque estamos en un estado de derecho en el que la ciudadanía española tiene una gran vocación democrática, hay ciertos “tics” que como el lobo vestido de cordero, hacen que algunos líderes políticos pretendan que los ciudadanos compren a ese demócrata cuya única ambición es el servicio al país y el bienestar general, cuando en realidad lo que hace es valerse sin miramientos de su poder e influencia política para cubrir sus idearios personales antes que los de la nación.

Si no fuese así en España ya habría gobierno. La grandeza que Shakespeare definió en el siglo XVI sigue siendo la misma que en el XXI. Y esto debemos tenerlo en cuenta a la hora de las exigencias que hagamos a la clase política.

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