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Resiliencia: el paracetamol de la mente

Por Salvador Molina

Siempre me ha impresionado la historia personal de Christopher Reeve (Superman en la gran pantalla) después del accidente que lo dejó parapléjico. La manera en que él junto a su mujer encararon sus vidas, convirtiendo a la que era su particular cruz por el sufrimiento y el dolor, en una fuerza motivadora que sigue siendo un ejemplo de lo que la actitud y determinación pueden hacer de una persona.

Superman el héroe, quedó disminuido frente al hombre de acero de verdad que anidaba en su espíritu humano. Y esto en definitiva es resiliencia, porque se sacan fuerzas y resistencia de dónde al principio parece que no las hay o lo que se le pide a esa persona afectada y traumatizada, ella cree que es imposible hacer ningún cambio para mejorar.

¿Qué pasa cuando se olvida, pero poco a poco se va recuperando la memoria? Situación habitual que se da en un proceso llamado síndrome postraumático, en el cual amnesias a veces temporales, otras más largas, son en realidad un mecanismo de defensa de la mente que nos prepara para volver a procesar lo ocurrido y digerirlo (aceptarlo).

La Real Academia Española de la Lengua define a la resiliencia como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límites y sobreponerse a ellas. Pero cuando tenemos que ahondar en las profundidades de la mente, la psicología amplía el alcance del término, ya que no sólo gracias a ella somos capaces de afrontar las crisis o situaciones potencialmente traumáticas, sino que también podemos salir fortalecidos. Y no se conoce adaptador más poderoso que nuestra capacidad mental que se acomoda siempre a las nuevas circunstancias por más adversas que sean.

De ahí que las personas resilientes, además de superar las situaciones extremas en las que le ha puesto la vida, van un paso más allá y utilizan su experiencia traumática para crecer y desarrollar al máximo su potencial.

Es de particular interés en mi aportación de hoy, focalizar la resiliencia también como fenómeno sociológico. Porque a nivel macrosocial, ante un factor traumático y devastador como puede ser una guerra civil o el poder letal de un tsunami, los pueblos afectados también tienen que desarrollar y por millones el Christopher Reeve que todos llevamos dentro, aunque no lo sepamos. Esa capacidad de aguante y superación de pueblos y naciones ante la catástrofe, también tiene su raíz en la voluntad sin límites del ser humano de proteger a los que nos suceden. Así pasó con el pueblo judío durante el Holocausto y así sucede con los refugiados sirios actuales que buscan un palmo de tierra de libertad sin balas en Europa.

Las sociedades también sufren y vuelven a levantarse, porque la resiliencia a escala social es la capacidad de superación, al mismo tiempo que estar preparados para afrontar mejor el futuro, sin traumas ni complejos.

Japón después de Hiroshima y Nagasaki, logra en los años 80 del siglo pasado colocarse en el ranking nº 1 como potencia económica y tecnológica, peleándole un año sí y otro también, la envidiable “pole position” del mundo desarrollado a Estados Unidos.

¡Cómo fue posible lograrlo! La filosofía y la cultura oriental enseñan que grandes sacrificios y traumas vividos, no son más que la señal que marca el camino de la recuperación y un futuro de dicha y felicidad. Que hay que saber interpretar ese aviso.

Cuando el enviado del emperador Hirohito asiste en el acorazado Missouri en el puerto de Tokyo, a la firma de la rendición incondicional de Japón frente a las tropas aliadas que presidía el General McArthur, dijo: “hoy estamos vencidos, pero en 100 años seremos los primeros”. Se equivocó, porque en 35 estaban en el mismo nivel de potencia económica que los norteamericanos.

En definitiva, sea a nivel individual o social, la clave para superar el daño causado que vive en el alma y espíritu del ser humano, es abrir la puerta a un futuro, que se perciba que es posible, permitiendo que la sonrisa vuelva al rostro y el sentimiento de culpa quede disminuido frente a la fuerza motivadora de la ilusión y la esperanza.

Hemos de tenerlo claro: la resiliencia no significa en absoluto no sentir malestar o dolor emocional. Ni tampoco dificultad ante la adversidad. Sí es la capacidad de asumir ese dolor, aceptarlo y aprender de él. De ahí que es importante saber también cómo gestionar las emociones, porque son la respuesta para sobrellevar el sufrimiento del mejor modo posible.

La resiliencia es un proceso que requiere mucha paciencia además de autoconocimiento. Pero la buena noticia, es que una vez dominado y comprendido, las personas se sentirán con la capacidad para asumir los nuevos retos que le presenta la vida. Los niños que han sufrido conflictos armados y desplazamientos masivos, podrán serán hombres de negocio y ciencia el día de mañana, siendo la resiliencia social el único factor que a la larga nos permita vivir en un mundo sin guerra.

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