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La falsa industria de la felicidad vs. la felicidad que creamos y compartimos

Por José Luis Zunni
Como casi todo en la vida, pocas cosas quedan que no se libran del dinero, para bien o para mal. En Estados Unidos existe una gigantesca industria de la felicidad y el pensamiento positivo, que según algunas estimaciones asciende a 11.000 millones de dólares y sigue creciendo.

Según los expertos, al menos en este país ha contribuido a crear la fantasía de que alcanzar la felicidad es un objetivo realizable. ¿Es que se está comparando con otros objetivos, por ejemplo, los profesionales? El que piensa así va por mal camino.

La falsa industria de la felicidad vs. la felicidad que creamos y compartimos
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En la cultura estadounidense está muy arraigada esta costumbre de poner a la felicidad en una especie de altar al que hay que entrenarse para llegar a él, vía coaching y otros métodos. Al mismo tiempo, muchos profesionales, asociaciones, consulting de psicología, etc. han montado plataformas que exportan sus enseñanzas al mundo a través de lo más directo y simple: impactar en las emociones de la cultura popular. ¿Es el camino a la felicidad?

En realidad, no, pero al menos hay muchos profesionales expertos y honestos en este tema, que lejos de vender espectáculos y fanfarrias de la felicidad, sí sirven de una gran ayuda, especialmente cuando en la vida de las personas que les consultan hayan padecido sufrimientos y experiencias traumáticas que, como suele decirse, “les cambiara la vida”.

Pero hay que tener cuidado con no engañar y ser engañado. Esa “búsqueda de la felicidad” al igual que la “piedra filosofal” cuya leyenda dice que es capaz de convertir los metales como el plomo, en oro o plata, también afecta a esta “gran industria” de la felicidad.

Lamentablemente hay personas inescrupulosas que siguen vendiendo esta receta en el ámbito de las emociones y sentimientos cuyo estandarte más sensible y valioso termina siendo la felicidad de una persona.

Cuando las expectativas no se ven cumplidas

A esta carrera, con frecuencia teórica y fantástica, hacia una felicidad que se le promete a una persona, se le antepone algo muy simple: la vida real. Con frecuencia nos presenta situaciones inesperadas. Es que la cotidianeidad que vivimos a diario se encarga de poner finalmente las cosas en su sitio.

Las dosis de realidad en la sociedad frenética en la que vivimos, son las que tienen la responsabilidad que de manera obstinada aquella felicidad prometida no se cumpla como objetivo o no se arribe como meta. Desde ya, que mirado desde este ángulo es un error tremendo de concepto, porque nunca se alcanzará de esta manera.

Las personas a nivel individual, cada una tiene su propia fórmula (a veces funciona otras no) para más que buscar, luchar por provocar más que encontrar una felicidad acorde con sus necesidades, gustos o aficiones. Esto sí es algo que sucede de manera natural.

Pero lo que hay que tener en cuenta es que son muchos los factores que influyen para que en esa vida de cada uno, se encuentre un mínimo de sentimiento de felicidad que le hagan más placenteros todos los esfuerzos y luchas diarias que tiene.

No es lo mismo trabajar sin un objetivo personal y/o profesional que teniéndolo. Y cuando se comparte con otras personas (compañeros, amigos, socios, familia, etc.) se pueden incluso, encontrar mejores aproximaciones a estadios de cierta felicidad relativa que dure, que tenga una estabilidad en ese comportamiento que produce en nuestra psicología individual.

Sabemos que los momentos de felicidad plena se cuentan con los dedos de una mano. Pero que si lo que entendemos por tener un sentimiento de felicidad es más modesto, que se adapta a las circunstancias reales, teniendo en cuenta lo que somos y tenemos, con quiénes compartimos y en qué momento nos encontramos de ese camino que hemos elegido transitar, entonces sí se puede decir que somos medianamente felices.

Lo que es importante, es que esta descripción que estoy haciendo, sucede con más o menos intensidad en la mayoría de personas de este mundo. Unos con más y otros con menos, pero adaptándonos todos a lo que en realidad somos y tenemos, pero especialmente a no estar en una búsqueda alocada por un intangible que no existe más que en las enseñanzas fraudulentas de unos avispados negociadores de la felicidad.

El camino más corto hacia esta felicidad relativa, es que lo que damos siempre es mejor que lo que recibimos. Dar para recibir es la clave. Si damos y hacemos sentir al otro (u otros) que nos entregamos con fuerza y dedicación a lo que hacemos, a los compromisos asumidos, a la palabra que hemos dado, al objetivo que compartimos, entonces, en ese espacio común es mucho más fácil que se establezcan corrientes (que como el magnetismo) incrementen los sentimientos de felicidad, de todos los que comparten con nosotros a lo largo de cada día de nuestra vida cotidiana.

Porque sin darnos cuenta, están haciendo y les estamos haciendo, que su vidas y la nuestra sea más agradable. Sentimientos que están fundidos en la lealtad a prueba de bombas, en la compasión como fuerza máxima de nuestro interior, capacidad de perdonar para también ser perdonados y una gran caridad hacia las personas que más necesitan de nosotros.

Entonces sí, nos sentiremos queridos porque estamos queriendo. Nos sentiremos valorados porque hemos valorado primero. No existen límites para la capacidad de amor y entrega, tampoco lo existen para que hagamos sentir más felices a las otras personas, porque después, como algo automático, recibiremos la dosis de felicidad que nos corresponde. La verdadera felicidad se esconde dentro de nosotros y no en la superficialidad.

Cada vez que en nuestras relaciones interpersonales recibimos y/o formamos parte de una satisfacción personal compartida y la valoramos como tal, todos estamos ganando. Se logra lo que se llama bienestar emocional, que es ese sentimiento tan especial, valga la redundancia de “sentirse bien”.

Lo que nosotros pensamos y creemos de cada uno, es lo que proyectamos en esas relaciones compartidas entre todas las personas intervinientes. En el trabajo, en la familia o con los vecinos.

Cuánto más tiempo se invierte en cuidar esas relaciones personales, más subirá esa media de felicidad. Y esto ocurrirá no sólo para nosotros, sino para todos los que comparten estos ideales. Muy simple: todos los que se esfuerzan en hacer lo mismo que nosotros estamos haciendo hacia las otras personas, es una manera de que compartamos de forma silenciosa pero satisfactoria, esa felicidad relativa a la que aludía.

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