Prefiero entender un por qué

¡Viven!: lección de vida de la tragedia de los Andes

Martes 21 de julio de 2015

El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que el 13 de octubre de 1972, con 40 pasajeros y 5 tripulantes, se estrelló en la Cordillera de los Andes, en territorio de Argentina es una lección de vida, además de supervivencia.



Este hecho trágico es conocido como “el milagro de los Andes”, del cual este próximo otoño se cumplirán 43 años. Esta tragedia que se cobrara 29 víctimas, no sólo ha pasado a los anales de los accidentes aéreos, especialmente por las dificultades orográficas de la región para el rescate, sino porque se convierte en el epítome de la auténtica supervivencia humana. Pocas veces se ha hablado tanto de los fines y los medios, en referencia a la necesaria ingesta de carne humana de los que ya habían fallecido.

Cuando se cumplieron los 31 años de la tragedia de los Andes, Carlos Páez, uno de los supervivientes, publicó un libro inquietante: "Después del día diez”, en el que relata que cuando se enteran -al haber podido reparar una radio- que después del décimo día dejarían de buscarles, sabían que a partir de ese momento dependían de ellos solos.

Páez evoca los días en que, además de los rigores del frío soportando temperaturas de 30 grados bajo cero, estaban los muertos y los heridos, pero especialmente traumático fue que se vieran obligados a comer partes de los muertos si querían sobrevivir.

En entrevistas posteriores, Páez ha sostenido siempre, que a pesar de haber sido un tema que conmovió al mundo, siempre fue tratado con respeto, excepto como sucede en toda circunstancia, cierto amarillismo de algunos medios. Pero en general, el mundo comprendió la magnitud de tan terrible tragedia humana, además de valorar la indescriptible vocación que demostraron de aferrarse a la vida y luchar por sobrevivir.

Cuando se promocionó la película “Viven” (1993) del director y productor Frank Marshall, basado en el libro “Viven” de Pier Paul Read (1974), que a su vez construye en relato en base a las entrevistas a los supervivientes, afirma Páez que viajaron por el mundo entero para promocionarla y que todos los países comprendieron el significado y alcance de la gesta. Que hubo cierta compasión sobre aquellas sombras que siempre sobrevolaron la vida de cada superviviente durante los años posteriores al accidente. A tal punto insiste Páez en cómo fue acogido el drama, que señala el hecho de que el entonces Papa Paulo VI, les enviara un telegrama de “bendición”. Es más, la posición de la Iglesia respecto a la antropofagia en estas circunstancias extremas, pasaba de si era “una comunión o una inspiración”, pero finalmente la jerarquía eclesiástica y sin muchas dilaciones, lo consideró como una inspiración divina. O comían la carne humana de los ya fallecidos o morían.

También Páez sostiene que algunos de los fallecidos que pudieran haber vivido, se debe a que tardaron en tomar la decisión de comer los restos de los muertos, por las connotaciones éticas que tenían y los que estaban más débiles por las heridas e infecciones, no pudieron resistir y vivir.

El vuelo 571 de la FAU no es una trampa intelectual que les pongo hoy a mis lectores. De ninguna manera. Es una reflexión profunda sobre la naturaleza humana, el límite al que una persona puede estar sometida en determinadas circunstancias y su capacidad para afrontar la muerte y la vida con igual determinación. Porque no se engañen, los que no han tenido la experiencia de pensar que en horas más u horas menos podían morir, la línea que separa ambos sentimientos es imperceptible. Sólo la firme determinación de elegir vivir es la que marca la diferencia, no ya la fuerza física ni la agilidad mental que puede verse muy afectada por el estrés postraumático a todo accidente. La única fuerza, surge del espíritu que anida en el alama humana y que es el hilo de vida que mantuvo a los 16 supervivientes que pudieron regresar a Montevideo.

También quiero reflexionar con todas y todos los que me siguen, que no damos importancia a la vida que vivimos y menos aún, tenemos el valor para hablar o componer un escenario de nuestra posible muerte. Es más, a los seguros de vida no se les llama “seguros de muerte”, porque justamente esto es lo que cubren para los familiares que figuran en la póliza. Es que suena mal desde el punto de vista del marketing.

Nadie se plantea que puede morir hoy o mañana. Nadie quiere pensar que puede sufrir un accidente aquí en Europa y estrellarse en Los Alpes, como el tremendamente injusto accidente de German Wings.

La muerte es algo natural y antes o después nos sobreviene. La vida es algo que vale la pena vivir, por lo que es reacción lógica de todo ser humano aferrarse a ella. Pero lo que hoy significamos, es la lección de vida del vuelo 571 de FAU que hace que los heridos que fallecen a los pocos días y los muertos del accidente, fueran la única posibilidad de vivir de los que habían salido indemnes. Pero tuvieron el valor y la ética de esperar hasta que se enteraron por radio de que no les iban a rescatar, lo que significaba no poder atender a los heridos en hospitales y evitar las muertes que ocurrieron. Esperaron porque cada uno se resistía en el fondo de su alma a tal decisión, pero cuando finalmente se encontraron con la realidad tan cruda y la soledad que les marcaba, no tuvieron otra opción que tomar la decisión que les dio la vida.