Prefiero entender un por qué

Cambie su expectativa por aprecio y el mundo cambiará al instante (Tony Robbins)

José Luis Zunni | Martes 31 de mayo de 2016

¡Qué es lo que quiere decir Robbins! Que el mundo cambia para cada persona sólo cuando es desde su interior que provoca el cambio. Cuando revisa sus principios y valores. Cuando una persona, caso de algún asistente a uno de sus seminarios, le dice que no necesita ser motivado, lo que él le responde a toda la audiencia es que no se dedica a motivar a nadie, que es un error.



En cambio Robbins se define como el hombre “why” (el hombre por qué). Justamente porque no para de hacerse preguntas y hacerle entender a la gente que también deben responder a ciertos interrogantes, que es lógico se les presenten con mayor o menor incidencia en diferentes momentos de la vida. Destacan entre estas cuestiones que una persona puede plantearse, algunas muy simples, otras no tanto, pero en todo caso se dan una serie de preguntas tipo medio que todo el mundo quiere saber: ¿cuál es el motor de nuestras acciones?...o ¿qué es lo que me mueve en la vida hoy y no hace diez años? La respuesta que Robbins da a todos sus seguidores es siempre la misma: cree firmemente que la fuerza más poderosa que mueve a las personas son las emociones.

Pero cuidado con centrar todo en el ámbito emocional dejándole un papel menor a nuestro pensamiento. La cuestión no es si hay que ser más emocional que mente fría o viceversa, sino que lo que realmente hace de una persona en armonía consigo misma y con el entorno, es un cierto equilibrio entre ambas capacidades. Lo que Robbins insiste y con razón, es que la fuerza impulsora que nos motiva proviene siempre de una o más emociones. También esto nos lleva a otro principio que debemos aplicar en nuestra vida: no actuar sin pensar y menos pensar y no actuar.

El impulso lleva a reacciones desmedidas y que con facilidad generan crispación cuando no hieren sentimientos de otras personas, que generalmente el mayor impacto se produce a las del círculo más próximo de un individuo: su familia y amigos. Por algo el dicho “cuánto más quieres más hieres” porque es la naturaleza humana que nos hace reaccionar y descargar nuestra ira, decepción, enfado, etc. con esa persona (siempre muy próxima a nuestros sentimientos) que está dispuesta a escuchar, cuestión para nada menor.

Entonces, la otra parte de este necesario equilibrio, es actuar sin dubitaciones una vez hayamos focalizado como corresponde la acción que vamos a acometer. En definitiva, pensar demasiado y ser lentos en la acción es tan malo como reaccionar a la primera sin pensar ni medir las consecuencias.

De ambos extremos que buscan el equilibrio, surge una de las competencias emocionales de mayor valor en las relaciones interpersonales: la actitud. Y esto lo vemos todos los días, desde el cartero, pasando por el portavoz de un partido en el Congreso de los Diputados, hasta el jefe que tenemos en el trabajo. La actitud termina siendo una especie de catalizador entre ambas posiciones que caracterizan nuestro carácter y definen nuestra personalidad: la inteligencia y las decisiones críticas (racionales) vs. las emociones y la forma de cómo se gestionan nuestra reacción ante los problemas, obstáculos, retos, etc.

Cuando a la actitud la acompaña nuestro plenitud de consciencia sobre lo que queremos en la vida, cuál es nuestro propósito, entonces cobran sentido aquellos valores y principios que tenemos alojados en nuestro mapa mental y a los que recurrimos de manera automática una y otra vez todos los días de nuestra vida, no para juzgar, sino para diferenciar lo bueno de lo malo, lo posible de lo imposible, lo que vale la pena de lo que no, etc.

Cuando se cuenta con esa fuerza que nos da la actitud y sostenida por una motivación importante, empiezan a tener sentido muchas de las cosas por las que luchamos en la vida: familia, trabajo y protección de los nuestros. Lo mejor para ellos es lo mejor para cada uno de nosotros. Convertiremos en resultados positivos los esfuerzos que hicimos gracias a la actitud y la motivación. Entonces, toda nuestra existencia termina acomodándose a la realidad tal cual es y no a la realidad que nos gustaría que fuera, porque de esta manera se sufre por el gran abismo entre deseos imposibles y realidades palpables.