Prefiero entender un por qué

Si te copian… vas bien. Si además te critican, ¡no saben cómo copiarte!

José Luis Zunni | Martes 18 de octubre de 2016

Los seres humanos somos individuos racionales y la individualidad es una cosa hermosa que nos caracteriza y diferencia respecto a cualquier otra especie viviente. O sea, nos define como personas. Cuando se siente que esta característica que es de cada uno de nosotros, está siendo amenazada porque alguien quiere copiarnos, el sentimiento no es grato y todo indica que sucede con frecuencia.



Las personas copian a otras por una variedad de razones, pero lo que nos ayuda mucho es entender por qué de dicha actitud. Justamente para evitar que nos venga inseguridad al cuerpo al mismo tiempo que un sentimiento de resentimiento hacia esa persona que lo está intentando o lo ha hecho ya.

Es importante que abordemos el tema de manera sutil. No es necesario montar en cólera. Reconocer que alguien está copiando nuestro estilo de vestir o la manera en cómo nos conducimos en la vida, no nos hace menos únicos y perder esa condición de individuos cada uno con su personalidad también única.

Es muy probable que cuando personas que conocemos (algunas muy poco) quieren imitarnos, es factible que hayamos encontrado un “modelo de éxito”. ¡No es necesario que sea un producto que se compra en una tienda! Seguro que es un gran intangible que tiene que ver más con nuestro pensamiento, conducta y en general, nuestra forma de actuar. Cómo nos relacionamos con los demás. Desde ya que tendrá que ver con nuestro talento.

Lo que sí es cierto, es que estas situaciones “desesperan” a los adversarios, que disimulan pero quieren en el mejor de los casos emularnos. No creamos de manera ingenua, que carecemos en nuestra lista de relaciones de gente que no comulgue con nuestra forma de ser y actuar. Siempre las hay y siempre las habrá.

Y contra lo que no podemos luchar con este tipo de personas es porque en realidad desconocemos sus reales intenciones. Pero al final siempre les terminamos venciendo en una batalla que no existe, que es invisible pero está ahí fuera, que es seguir dando el ejemplo en cualquier actividad que emprendamos, pero especialmente en ser como somos. Que lo hacemos de manera natural, sin imposturas.

En materia de educación, por ejemplo, no educar a nuestros hijos para que sean ricos, sino para que sean buenas personas. Que entiendan la importancia de ser auténticos. Educarlos para que sean felices y cuando sean grandes, ellos conocerán así el valor de las cosas y no el precio. La diferencia entre ambos términos no sólo es inmensa…es determinante para marcar y definir nuestra personalidad y poner un sello a nuestro carácter.

Hay que dejar siempre un espacio de incertidumbre para los demás, pero que es terrero seguro para nosotros. Digamos que debe ser nuestra estrategia personal. Porque cuando nos mostramos al resto de personas tal cual somos pero administrando con mucha cautela lo que decimos, especialmente con aquellas de las que tenemos dudas respecto a su comportamiento hacia nosotros, las colocamos en una posición en que no saben exactamente cómo somos en realidad. De ahí, que debemos mantenernos firmes en un pensamiento que da resultado: “no soy todo lo que los demás ven…porque tampoco pueden ver todo lo que realmente soy”. No es un galimatías, sino una cruda realidad.

Edgar Degas (1834 –1917) pintor y escultor francés al que se le considera uno de los fundadores del impresionismo, afirmaba que “el arte no es lo que tú ves, pero sí lo que tú haces para que otros vean”. De ahí que unos cuantos intelectuales a lo largo de los últimos doscientos años hayan dicho de maneras diferentes pero en un mismo sentido, que el arte es un engaño. No pretendemos hacer esta crítica porque no es procedente. Lo que sí estamos haciendo es utilizar la metáfora para nuestra aportación de hoy.

En definitiva, sean copias, imitaciones o en el mejor de los casos emulaciones, todo esto se explica por lo que se conoce como “identificación”, o sea querer identificarse o copiar aspectos de otro individuo. ¿Qué es lo que sucede? Que una persona está construyendo su personalidad pero basándose en la de otra.

Cuando nacemos es normal que durante nuestra infancia nos identifiquemos con nuestros padres. También lo es cuando en la adolescencia queremos ser como un determinado deportista, cantante, etc. No es malo tomar algunos aspectos de otro pero si los focalizamos como una parte complementaria de nuestra personalidad, que nos haga sentir bien, o también, que nos ayuda a desarrollar una habilidad que teníamos dormida.

La diferencia con los que quieren imitarnos es sustancial: en el caso de la evolución de la infancia a la madurez, es un reforzamiento de nuestra personalidad. Pero en aquellas personas que directamente quieren ser como nosotros, les mueve la envidia y el deseo enfermizo de no quedarse atrás frente a nuestros logros en la vida. Pero contra el talento no se puede luchar y menos ganar. El viejo dicho de que “lo que natura no da…Salamanca no presta”.

En realidad no debería ser malo que una persona sienta el deseo te tener cosas mejores o de parecerse a otro compañero, familiar o conocido, pero dentro de límites razonables. La cuestión es que tenga la habilidad de darle un toque personal para que aquello que ve en otros pueda perfectamente adaptarse a su personalidad y se lo identifique por ello, no como una copia, sino como el esfuerzo de hacer algo bueno y útil por mérito propio. Lamentablemente no forma parte de la actitud habitual de las personas, lo que los juristas dirían “generales de la ley”. Porque por nuestra naturaleza humana somos proclives a aplicar la “ley del mínimo esfuerzo”. Algo así como que imitar es más fácil que crear algo nuevo.

La admiración hacia una persona no es mala aunque hay ciertas “líneas rojas”, porque podría convertirse en una sensación negativa, al querer imitarla cueste lo que cueste. Esto nos lleva a que aquellas personas que quieren imitarnos pero no pueden, terminan viendo en nosotros lo que no encuentran en ellos, que al final es una forma de decirse que no se sienten a gusto con quiénes son y lo que hacen. Y cuando este tipo de personalidades están próximas a nosotros en nuestro trabajo, ahí tenemos una “bomba de relojería” que puede estallar en cualquier momento causando un buen conflicto personal y a veces de todo un grupo.

El consejo para aquellas personas que han elegido el camino más corto, el de la imitación, es que deben hacer un esfuerzo en desarrollar una personalidad que corresponda a la de ellos mismos. Que sean y se sientan auténticos. Que no tengan que sentir la necesidad de imitaciones y copias. Deben esforzase en dar un giro a su vida si no están conformes, a lo mejor, creando una nueva tendencia sobre algo ya creado pero dándole un toque personal.

Un detalle importante: copiar no es bueno, pero peor aún es aquellas personas que en su afán de parecerse a nosotros casi nos están robando la identidad.