Cada vez que abres un periódico o clicas en un titular, se abre ante ti el resultado de varias horas de trabajo, cuando no de días, semanas, meses o incluso años. Lo creas o no. Aunque el periodismo y los periodistas estemos de capa caída por una suma de factores sobre los que tenemos y no tenemos culpa, casi a partes iguales, la esencia de esta profesión sigue siendo la misma: enterarse de qué está pasando y contarlo de la forma más adecuada posible. Por el camino hay un proceso de verificación, contextualización y elaboración que hace las veces de sello de calidad para demostrar al lector que todo lo contado es verdad. Cierto es que la verdad carece de una única cara, de ahí que existan las líneas editoriales, pero, a fin de cuentas, no deja de ser verdad.
Como manifiesto en defensa de mi profesión puede que todo esto esté muy bien. Incluso podrían enseñarlo en las facultades para perpetuar entre las futuras generaciones lo que los periodistas decimos de nosotros mismos. Pero hay mucha gente a la que "ya no se la colamos". Descreídos que sitúan a los medios dentro de las esferas de poder, y no como satélites que la orbitan en busca de sus errores. Un sector de la sociedad cada vez más amplio que no toca un periódico y no ve un telediario porque considera que la verdad que difundimos está manipulada. ¿Por qué? Muy sencillo: por dinero. Por poder. Porque podemos.
Sin embargo, estos puristas de la verdad, descreídos que nos ven como peones del poder, sí consumen información: la "alternativa". Podría definirse como "aquellas noticias que no cuentan los medios", en cuyo caso quedaría implícito que esas plataformas se autoexcluyen del concepto. En ocasiones, sin embargo, la etiqueta añade al final el nombre de algunos de esos medios contaminados: CNN, The New York Times, The Washington Post o El País. Es puro marketing, la típica estrategia que destaca tu valor sobre la competencia. Y además es verdad: ninguno de estos medios, efectivamente, publica esas noticias. ¿Por qué? Muy sencillo: porque todo es mentira.
Recapitulamos: tenemos ante nosotros un sector mediático tradicional caduco en general y una audiencia descreída que, sin embargo, necesita saciar sus necesidades informativas. El mercado satisface esta necesidad con "medios alternativos" que publican el contenido que buscan esas audiencias. Ese mercado busca, a su vez, exactamente lo mismo que cualquier empresa: beneficios. Y lo hace vendiendo un producto que tiene comprador. Pura oferta y demanda. Puro capitalismo. Pura realidad. No hay nada más. Olvida la ideología, la búsqueda de ejercer influencia o la revancha contra los medios tradicionales-mentirosos de toda la vida. Detrás de estas webs solo hay un objetivo: hacer dinero. Lo de Rusia lo dejamos para otro día.
De profesión, mentiroso
Hace casi un año, un reportaje de Wired enseñaba cómo era "el complejo macedonio de las noticias falsas". En él, "Boris", un adolescente de nombre figurado, 18 años de edad y un sombrío futuro, explicaba cómo ganó 150 dólares por colgar en su web un artículo sobre Donald Trump que había encontrado por la Red. En la noticia, por llamarlo de algún modo, se contaba que el empresario y ahora Presidente había abofeteado a un señor durante la campaña electoral porque no estaba de acuerdo con sus ideas. Boris simplemente la copió del sitio original y la pegó en su web. No era necesaria verificación, contextualización o elaboración. No era ese su objetivo, aunque en aquel entonces tampoco lo era el ganar dinero, sino alimentar su web. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros no repetirían? Boris lo hizo, y montó un entramado de webs, perfiles de Facebook (hasta 200) y noticias falsas sobre Trump que le hicieron ganar más de 15.000 dólares durante el verano de 2016. El salario medio en Macedonia apenas supera los 370 dólares mensuales.
A Boris no le importaba Trump, hasta el punto de que intentó montar un tinglado similar con Bernie Sanders (que no funcionó porque, dice, sus seguidores no se tragan cualquier cosa). A Boris solo le importaba su negocio, basado en atraer a gente a sus webs con la esperanza de que hicieran clic en la publicidad, su verdadera fuente de ingresos. En esta historia, Trump es el ejemplo, pero no es más que alguien testimonial. Pasajero. Oportunista, en todos los términos de la palabra. Funcionaba bien porque él mismo supo ver el negocio: atrajo a sí a los estadounidenses descreídos, aquellos que dejaron de confiar en lo establecido. Y lo hizo con grandes titulares, tuits, gestos y propuestas polémicas. Con llamadas a la acción. Con una forma magistral de movilizar a las masas, como todo buen populismo. Bastaba prender la mecha para que sus propios votantes hicieran el resto, movilizándose entre ellos en foros, webs y redes sociales, donde se dedicaban a compartir noticias que demostrasen que sus teorías eran ciertas y las de Hillary Clinton mentira. La lucha entre la verdad y la mentira. La lucha por el poder. La lucha por el dinero. Cada cual a lo suyo, y en ocasiones algunos a lo de todos.
Como Boris, muchos otros oportunistas sin nada que perder y sin más interés que el dinero decidieron subirse al carro y aprovecharse de aquellos descreídos que sí buscaban algo más. Ahí están Paris Wade, de 26 años, y Ben Goldman, dos estadounidenses descreídos en sí mismos: habían estudiado sendas carreras universitarias, pero el trabajo prometido no llegaba. Trabajaron en un restaurante hasta que perdieron incluso ese puesto. Sin nada más que hacer y nada que perder, montaron una fábrica de noticias falsas pro-Trump que les permitió facturar alrededor de 40.000 dólares mensuales durante el verano de 2016. Legaron a contratar empleados, a pesar de que escribían sus artículos en apenas diez minutos. Con titulares como "NO PUEDES CONFIAR EN OBAMA: Mira la cosa asquerosa que hizo para APUÑALAR a Trump por la espalda", "LA VERDAD HA SALIDO! Los medios no quieren que veas lo que hizo Hillary después de perder" o "[PRUEBAS] Los experimentos de Corea del Norte con humanos". La historia de esta última resume el funcionamiento de estas webs: Wade encontró en un medio surcoreano una noticia que, citando a una fuente anónima, hablaba de los supuestos experimentos con humanos del régimen norcoreano. Hizo suya la historia, por lo que buscó una imagen "totalmente engañosa", reconoce, pero lo suficientemente atractiva como para que hiciera clicar a la gente. Y publicó la historia. Tardó diez minutos, entre leer la noticia original y montar la suya. Ganó 120 dólares. "Tienes que engañar a la gente para que lea las noticias", explicó en un reportaje de Los Angeles Times. "Somos los nuevos periodistas amarillistas", justifica.
Los casos de Boris y Wade también son anécdotas en sí mismos. Están a años luz de Cameron Harris, quien se embolsó 5.000 dólares por demostrar a los votantes de Trump lo que el entonces candidato dijo durante un mitin en Ohio: se estaba preparando un pucherazo para que Hillary Clinton ganase las elecciones. Harris tomó de internet imágenes de cajas de cartón e incluso encontró a quien se había topado con las pruebas del tongo: un tal Randall Prince, votante de Trump que por casualidad había descubierto en un almacén el asunto (Randall, por supuesto, no era real). Y están en una galaxia totalmente diferente a la de Paul Horner, considerado en su momento el rey de las noticias falsas y, según llegó a reconocer, el artífice de que Donald Trump llegase a la Casa Blanca. Fue encontrado muerto en su casa de Arizona el pasado mes de septiembre. Tenía 38 años y odiaba a Trump, pero "sus seguidores no verifican nada, postean todo, creen todo".