Jerome Weidman que fue novelista, guionista y dramaturgo, ganador del Premio Pulitzer, relata la noche en que le invitaron a cenar en casa de un distinguido filántropo neoyorquino. “Después de la cena, nuestra anfitriona nos llevó a una sala enorme. Aparentemente, me esperaba una velada de música de cámara”.
Weidman no era precisamente un adicto a la música, más bien lo contrario. Y cuando todo el mundo aplaudía, hizo lo propio.
“Al instante oí una voz suave, pero sorprendentemente penetrante, que me preguntaba si me gustaba Bach”. Weidman no conocía nada sobre Bach, pero sí le era familiar uno de los rostros más famosos del mundo que estaba sentado a su lado: el del profesor Albert Einstein.
La sorpresa fue para Weidman que cuando le confesó a Einstein que no sabía nada de Bach ni que distinguía los tonos musicales, el maestro le llevó al piso de arriba a la biblioteca, una habitación atestada de libros. Entonces le preguntó si había algún tipo de música que le gustase, y asintió con la cabeza cuando le respondió que prefería la música donde pudiera seguir la melodía, como por ejemplo, casi cualquier tema de Bing Crosby.
Einstein se acercó a un fonógrafo y empezó a sacar discos e inmediatamente empezaron a escucharse los compases relajados de “When the Blue of the Night Meets the Gold of the Day”, de Bing Crosby.
“Einstein me sonrió y llevó el compás con su pipa. Después de tres o cuatro frases, detuvo el fonógrafo y me preguntó qué era lo que acababa de escuchar”.
A Weidman le pareció lo más sincero intentar cantar la letra que conocía de esa canción. Entonces Einstein le habló en tono más fuerte estimulándolo por el hecho de que sí tenía oído para la música.
Weidman no creía que fuera una prueba suficiente de que comprendía mejor la música y que pudiera sentir placer en ello. A lo que Einstein le respondió con el siguiente ejemplo: “¿Recuerda su primera lección de aritmética en la escuela? Suponga que en su primerísimo contacto con los números el maestro le hubiera pedido que resolviera un problema, digamos, que tuviera que ver con la división o las fracciones. ¿Lo hubiera podido hacer?”
Weidman respondió que no y Einstein afirmaba que obviamente no hubiera podido hacerlo y que “como resultado de ese pequeño error de su maestro, es posible que durante toda la vida se le hubiera negado la belleza de la división y de las fracciones. En su primer día, ningún maestro sería tan tonto”. Entonces, dijo Einstein, que de la misma forma que el maestro empezaría por las cosas más sencillas, también es así con la música.
Siguieron intentándolo con más discos que el maestro iba poniendo y Weidman tarareaba acompañando cada uno de ellos. Y lo que le sorprendía a Weidman era que Einstein estaba totalmente concentrado como si fuera lo único que le interesara, hasta que finalmente le dijo: “muy bien joven, ya estamos listos para Bach”
Al regresar a la sala de la planta inferior, los músicos estaban por iniciar una nueva interpretación. Al terminar la función, la anfitriona se dirigió a Weidman y Einstein diciéndoles que sentía mucho que se hubieran perdido gran parte de la función.
Pero Einstein al responder que también lo sentía, agregó: “Mi joven amigo y yo, sin embargo, estábamos ocupados en la actividad más grande de la que es capaz el hombre: abriendo un fragmento más de la frontera de la belleza”.
¿A qué se refería con esta frase? A que el arte en general, evidencia la sensibilidad del hombre, su capacidad de demostrar sin miedos sus reales sentimientos. Los grandes líderes si en algo han destacado, es justamente en su empatía hacia los demás, en ponerse en el lugar del otro y en demostrar hasta en los más pequeños detalles, que las otras personas que comparten tareas y equipo sí le importan.
Había comprendido Einstein el movimiento del cosmos como nadie. Revolucionó la física y las matemáticas, pero lo que siempre destacó de su carácter y personalidad, era su absoluta originalidad en el enfoque de los temas. “Cómo veo el mundo”, una de sus obras, es la síntesis de su pensamiento.
La noche que Weidman conoció a Einstein, es una lección de liderazgo desde el interior del alma. Porque la belleza de una obra que se plasma en un cuadro o en una partitura, previamente subyace en los sentimientos del autor. La belleza es más profunda por lo que representa que por lo que es.
La lección de Einstein a Weidman traspasa las fronteras del conocimiento hacia la dimensión del hombre. Bastaba con esforzase en comprender la música que Weidman no quería escuchar, para descubrir que durante el resto de su vida disfrutaría no solamente de Bach, sino de la belleza de la música.
Finalmente le hizo entender que la trascendencia del hombre solamente se da cuando toma consciencia de lo humano y que se manifiesta en las pequeñas cosas de la vida. Cuando al menos una persona enseña a los demás la magnificencia de traspasar “la frontera de la belleza” que Einstein abrió a Weidman aquella noche.
Esa es la grandeza del liderazgo de Einstein, cuya filosofía de vida le permitió afirmar “entre el conocimiento y la imaginación, elijo la segunda, porque el primero se agota y con la imaginación puedo navegar por el universo”. Sin duda, Bach le ayudaba a esos viajes infinitos de su poderosa mente, pero quiso que su pupilo esa noche, comprendiera lo simple que es sentir la música, al mismo tiempo que demostrar que somos personas y nos emocionamos con la belleza.
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