Sería universal y la recolectarían y pagarían las grandes empresas que se benefician de la Red: Google, Facebook, Apple, Twitter, YouTube, Amazon, AOL, Yahoo, iTunes, etc. Las que se están forrando hasta límites estratosféricos con Internet, las que sacan el verdadero provecho de las redes de las operadoras de telecomunicaciones, inversiones cada día más caras, que finalmente pagan los usuarios de esas redes. Las que agitan y causan una falsa guerra entre los creadores y los internautas, que hay que resolver de una vez por todas. Necesitamos una tasa cultural universal que transfiera riqueza desde los que aprovechan la Red hacia las industrias culturales, los depauperados medios de comunicación, los creadores culturales. Solo son necesarios algunos céntimos que los grandes operadores de Internet recauden por cada uso de una obra, reportaje, libro, imagen, música etc., transferida en cualquier soporte digital. Es urgente poner en marcha una concertación global, serena y reflexiva, que ponga las bases de la economía de la creación en la era digital, una nueva ecología del conocimiento, la verdadera fuente de riqueza del mundo emergente. Recientemente, Eric Schmidt, presidente de Google, afirmaba que estaba dispuesto a aceptar la creación de una tasa cultural. “Prefiero crear empleos antes que pagar más impuestos” dijo. Esta tasa sería una bendición para la creación de empleo en el mundo. Y no digamos en Europa, donde las industrias culturales emplean nada menos que a 8,5 millones de personas directamente. En España, con un inmenso potencial creador, una tasa cultural sería de enorme ayuda para achicar las insufribles colas del paro. Eso sí que serían iniciativas de fuerza y no las estúpidas leyes Sinde que pululan entre el Gobierno saliente y el nuevo.