Hablo en primera persona pero no, no es mi caso. Admito compartir parte de ese impulso por controlar cualquier proceso y repasarlo continuamente; pero carezco de la capacidad de intuir de manera tan clarividente los resultados de una determinada acción. Qué lástima.
En todo caso, cuando intento hacer una previsión del futuro lo único que obtengo son presagios distópicos, utilizando el término “distopía” (introducido en el diccionario de la RAE por el Premio Nacional de Narrativa de 2013, José Merino) como la representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas, causantes de alienación moral.
Esta capacidad de visionar un futuro gris tiene mucho que ver con las épocas de crisis y tiene como precursor a la ciencia-ficción (“Un mundo feliz”, de Aldous Huxley; “1984”, de George Orwell, y “Fahrenheit 451”, de Ray Bradbury). Sus referentes actuales serían la trilogía “Los juegos del hambre” de Suzanne Collins, y la serie inglesa “Black Mirror”, donde se describe la imparable evolución de las tecnologías de la comunicación y la información y los imprevisibles resultados fruto de la interacción con los humanos.
Todo esto para contarles que, a pesar (o quizás gracias a ello) de considerarme un profesional consagrado a su trabajo y conocer mis limitaciones, intuyo que el futuro laboral me depara un horizonte negro. Los que no tenemos el talento de Steve Jobs ni su capacidad para vender humo cuando no hay madera, debemos conformarnos con intentar llegar a final de mes. De la jubilación, ni les hablo. Ya ven, como mucho soy un visionario distópico.