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Las buenas personas te dan felicidad; las malas… experiencia; las peores… enseñanza; las mejores formarán parte de tus memorias

Por José Luis Zunni

La mente humana es la que ha permitido, entre otras tantas cosas, descubrir siete nuevos planetas alrededor de un sol a unos 40 millones de años luz de la Tierra en la constelación de Acuario. Pero como siempre ha predicado la filosofía oriental, es el espíritu que anida en el interior de cada alma el que nos hace mejores o peores personas.

En Roma, Cicerón (103 a.C.- 43 a.C.) en sus discursos en el Senado, con sus habilidades dialécticas hacía reflexionar a sus pares con pensamientos como “mi consciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo”.En cambio Buddha enriquecía la sabiduría con frases tales como que “la felicidad no depende de lo que tú tienes o de quién eres…sino que sólo depende de cómo tú piensas”. En el primero, asoma claramente el peso que deben tener las acciones de los hombres y determinar sus valores y principios en la filosofía de Occidente, porque marca el límite moral: la consciencia sobre lo que está bien o lo que está mal. En el segundo, incorpora la felicidad como máximo exponente de la condición humana, al menos la que se supone debe perseguir cada mujer y cada hombre a lo largo de su vida. Pensamiento sí…pero sentimientos al mismo nivel.

Pareciera que el espíritu crítico de Cicerón mantiene su valor actual en el siglo XXI, aunque no estamos tan seguros que supere a los otros valores que Buddha da a la manera de ser y sentir de las personas, más próximo su pensamiento a la corriente doctrinaria actual de la inteligencia emocional, que en definitiva, es la que regula la conducta de las personas en todos los ámbitos de la vida, especialmente decisivas en posiciones de liderazgo.

Ya mucho más contemporáneo a ambos, Carl Jung, afirmaba que “pensar es difícil, por eso la mayoría de la gente juzga”. Y este pensamiento es más un trazo de la vida misma, porque tenemos por la propia naturaleza humana una tendencia irresistible a hacer juicios (a veces simples prejuicios) sobre las personas, cosas, acciones, conductas, etc.

Entre Cicerón, Buddha y Jung las líneas comunes son claras: la naturaleza humana es compleja y nos fuerza con frecuencia (por no decir en la mayoría de situaciones) a aparentar lo que no somos ni queremos tampoco ser. No exageramos en nuestro título de hoy en cuanto que las personas buenas son las que si no nos brindan toda la felicidad, es porque las circunstancias no lo permiten, pero al menos lo intentan. Es más: su sola presencia debe ser motivo de que seamos felices. Por contrario, la experiencia que nos dan aquellas que consideramos malas, más vale que realmente hagamos un buen aprendizaje, sino vamos a volver a sentir la desagradable herida del sufrimiento en nuestra alma y espíritu.

Cuando nos referimos a los extremos, las peores y mejores, es la filosofía oriental la que también nos indica que debemos perseguir al hombre y mujer en armonía con el universo, no buscando un equilibrio que no existe. En esta mutación constante hacia personalidades armónicas, descartamos el extremo negativo de esas personas que nos parecen peores (siniestras, envidiosas, miserables, mezquinas, etc.); en el otro extremo, las mejores sólo tienen para nosotros el valor de la emulación, perseguir los mismos principios y ética de actuación. Y para que realmente aprendamos de lo que vamos viviendo y a distinguir a las que son en esencia buenas personas de aquellas que no vale la pena perder un minuto de nuestras vidas, hay un elemento que ayuda muchísimo a la categorización de la personalidad: ser auténtico o mantener falsas apariencias.

Lo definió muy bien Anabell Hilarski, mujer emprendedora y experta en redes sociales, cuando afirma que “de todas las cosas inútiles que las personas nos guardamos, nada ocupa más espacio que las apariencias”. No sólo es una verdad como un templo, sino que lamentablemente cada día cuando nos relacionamos con los demás, por ejemplo, nuevos compañeros de equipo en el trabajo, o un cliente con el que iniciamos una nueva relación comercial, queremos desentrañar cómo piensan, si lo que dicen es realmente coherente y nos merece confianza, etc. Las apariencias antes o después terminan saltando por los aires, cuando, por ejemplo, en un momento en los que sobreviene un problema en las relaciones entre dos compañeros de trabajo, la auténtica personalidad termina mostrando la cara oculta del iceberg.

Un novelista estadounidense, Neale Donald Walsh (1943), dice al respecto que “mientras te preocupes por los que otros piensan de ti…les perteneces”. ¿A qué se debe este temor que señala Walsh? A que efectivamente, el peso de la apariencia es un mal endémico de la sociedad actual, que por culpa de este flagelo, nos dejamos llevar…ponemos sobre la mesa prejuicios y tópicos antes que razonamientos críticos o evidencias que puedan corroborar ese sentimiento. Esta problemática de la autenticidad pasa a formar parte de la comunicación humana, siendo que el más grande problema cuando las personas nos comunicamos, es que no prestamos atención para comprender, sino para responder. Siempre estamos a la defensiva o buscando la justificación…a veces de lo injustificable. Si tienes dudas al respecto…piensa en las respuestas de los políticos (no todos…gracias a Dios…utilizan el “yo justifico”).

En el ámbito estrictamente personal, la comunicación es la línea de la vida de toda relación. Cuando dejamos de comunicarnos, se empiezan a perder las buenas relaciones y a veces de una manera que ninguna de las partes quería. Como si muriese de a poco…como si a ninguno de los interlocutores les interesase, aunque no sea así, porque tanto una persona como la otra, en realidad no tenían como propósito dejar la relación, aunque la falta de comunicación forzada por alguna cuestión menor, tal como algo que se dijo que sentó mal, o un gesto que no fue el más apropiado, enfriara esa forma de comunicar que se tenía.

Lo de buenas y malas personas también es una cuestión de confianza en todos los planos de relación. En el personal, cuando se tiene confianza se puede lograr un punto de alegría compartida que no es posible hacerlo en solitario, porque siempre nos faltará ese sentimiento que percibimos de la alegría de la otra persona, que también nos invade, nos hace bien y nos estimula. Es en estos momentos de alegría compartida en los que se pueden hacer cosas increíbles. A veces, es el inicio de una nueva etapa, también…por qué no…la decisión de poner en marcha un nuevo proyecto. En el laboral y profesional, la confianza subyace en la propia forma en la que nos relacionamos con los demás, sean compañeros de trabajo y/o equipo…sean directivos o propietarios.

Tenemos una buena noticia y una mala: la mala es que nunca caerás bien a todo el mundo, por más que te esfuerces; la buena, que las grandes personalidades y líderes de la historia, jamás se preocuparon porque fueran todos sus seguidores los que les aprobaran y aplaudiesen.

Un adagio también oriental y anónimo nos dice: “aprende a ver a las buenas personas…evita el contagio de las personas negativas o que hacen daño a todo lo que tocan…sigue al sabio que es de quién obtendrás la verdadera enseñanza”.

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