Acabo de leer algo que tiene mucho sentido desde el punto de vista de la comunicación: “El gin-tonic triunfa porque es la bebida que más se puede personalizar”. Es cierto. Si lo pensamos, podemos elegir una ginebra más cítrica, floral o seca; varios tipos de tónica y una extensa variedad de acompañamientos; a saber, pepino, fresa, cardamomo, pimienta rosa y un largo etcétera de bayas silvestres.
El resultado es una bebida que se adapta a nuestra forma de ser o estado de ánimo mucho más que cualquier otro “trago” del panorama actual. El gin-tonic es un ejemplo de adaptación singular, de rebeldía individualista en este tiempo que vivimos, caracterizado por el consumo gregario de bebidas espirituosas.
Y es que, desde hace muchos años, la inmensa mayoría consume los mismos combinados alcohólicos. Una suerte de destilado con refresco inmersos ambos en un vaso de tubo repleto de cubos de hielo, algo que dice muy poco de nuestros gustos. Como mucho, la gente se aventura a especificar una marca (de alcohol) como máxima enseña de su identidad. Una pista insuficiente para que podamos siquiera intuir algún aspecto de la personalidad de quien pide la copa.
Antes, con la cultura del cóctel (sobre todo en Estados Unidos), sí que existía un diálogo que surgía del propio consumo. Según cuál eligiéramos podíamos transmitir si nos habíamos pasado con la comida (digestivos), teníamos calor (refrescantes), pretendíamos ganar fuerza (reconstituyentes), adquirir valor (subiditos de alcohol) o si somos un pelín horteras (con sombrillita).
Otro de los signos distintivos del “trago” en cóctel es el formato (vaso corto, largo, copa) y la ausencia de prisa; porque la preparación, como un rito, es esencial para obtener el resultado esperado. Las medidas deben ser proporcionadas y perfectas. Unas gotas de angostura, medio zumo de limón, hielo picado, un chorrito de ginebra… Hay que buscar la proporción aurea donde lo pequeño es a lo grande lo que lo grande es al todo.
Y si se lo están preguntando, la respuesta es “NO”, no me excedo en el consumo de alcohol. Me considero un bebedor social, de los de tomar el aperitivo con unas cañas algún fin de semana y media copa de vino a diario para comer, por eso de sus beneficios cardiovasculares y propiedades antioxidantes. Pero esa parte de la Comunicación y el Marketing, la de conseguir que la población crea en las supuestas bondades del consumo de un producto, como el alcohol, teñido de dudas para la salud del organismo, ya hablaremos otro día.