Ya estamos en pleno verano y habrá que buscar un destino turístico para pasar unos días de paz o unas noches frenéticas, según tenga el cuerpo y el ánimo cada uno. Y, ¿cómo lo haremos?, ¿iremos a una agencia o buscaremos en alguna de las plataformas P2P (Airbnb, Wimdu, Homeaway, Niumba, etcétera) que ofrecen alquiler turístico de viviendas?
La cosa es que hace una década, un 20% de los turistas y un 25% de las pernoctaciones ya utilizaban una vivienda de alquiler. En aquel entonces, este tipo de actividad paralela representaba el 19,4% del mercado de alojamiento turístico de pago en España, en términos de turistas; y el 28,3%, en términos de pernoctaciones. Era asumible.
El uso turístico de viviendas de alquiler ha mantenido durante años un razonable equilibrio en cuanto a capacidades disponibles y porcentaje de mercado en relación al mercado de alojamiento regulado. Se correspondía con las vacaciones de verano de las familias españolas y, como media, nunca era inferior a una semana.
Lo que ha ocurrido es que, en los últimos cuatro años, las plataformas de intermediación P2P han multiplicado la difusión de esta oferta y el acceso a la misma a una demanda de carácter internacional, incorporando una nueva oferta residencial en el mercado turístico de cortas estancias, principalmente en ciudades.
Estamos hablando de una oferta de 2,7 millones camas que ya supera al número total de plazas regladas y casi duplica la capacidad de todas las hoteleras. Una penetración de oferta de alojamiento turístico que, además de su falta de regulación y de no contribución a las arcas del Estado (por eso son más baratas), no garantiza los derechos de sus usuarios.
En los edificios de viviendas de las grandes ciudades, esta actividad (que representa el 48% de toda la oferta de alquiler turística urbana) está teniendo implicaciones adversas sobre la configuración urbana y la convivencia de los usos turísticos con los residenciales. Los barrios céntricos de las ciudades se están desnaturalizando con unos nuevos “vecinos” que cambian casi a diario y con unas costumbres (recordemos que vienen de vacaciones) que a menudo no son compatibles con las del resto de inquilinos/propietarios permanentes de la finca.
De hecho, esta práctica está expulsando a vecinos de siempre; a unos porque no resisten la actividad frenética que se desarrolla al otro lado de su pared; y a otros, que les interesaría vivir allí, no lo consiguen porque a los propietarios ya no les compensa el alquiler convencional de su vivienda. Obtienen más dinero por una semana de alquiler vacacional que por un mes de alquiler estable a una familia.
Vaya dilema. A pesar de ser un firme defensor de la economía colaborativa que permite ahorros sustanciales a los particulares con menos ingresos, también he sido propietario de una casa rural, reconocida por la Junta de Andalucía, y sé el daño que puede hace una competencia desleal (de alquiler turístico) cuando es desproporcionada y no está regulada. Dejo a sus conciencias dónde pasar sus vacaciones.