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El lado oscuro de la tecnología digital

Hipercapitalismo de vigilancia

Hipercapitalismo de vigilancia
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Por Miguel Ormaetxea
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editorecoedicom/6/6/13
www.miguelormaetxea.com

“No seas malvado” era el mantra corporativo original de Google cuando se fundó hace 23 años. Se trataba de que la tecnología haría un mundo mejor, más seguro. Ahora Google vale en bolsa 1,4 billones de dólares. El objetivo de la prosperidad ha sido abrumadoramente cumplido (para la empresa), pero el mundo no es mejor. Estamos todavía en medio de una pandemia que ha dejado por ahora algo más de dos millones de muertes y ha paralizado la economía mundial en una recesión sin precedentes. La utopía de los fundadores es más distópica que nunca: se ha puesto en marcha una vigilancia digital creciente, hemos perdido privacidad y la Red que debería enlazar el mundo con “el libro de todos los libros” es una jungla de información errónea y discursos de odio. Las grandes empresas de tecnología encabezan la mayor parte de la riqueza corporativa del globo, sus algoritmos secretos secuestran nuestros datos y evaden sus obligaciones fiscales. Derivamos hacia una forma extrema de capitalismo tóxico que podríamos denominar hipercapitalismo de vigilancia. Es hora de reaccionar y resistir. La información de calidad es nuestra mejor arma.

Los editores están empezando a arrancar trabajosamente algunas migajas de la brutal tarta de Google, Facebook, Amazon, Apple, Microsoft y otros gigantes. Ya podemos anotar una mínima victoria pírrica en Australia (en realidad la victoria es para el gran manipulador monopolista Rupert Murdoch), con una perspectiva de extenderse a Canadá y a Europa. Las tecnológicas se nutren de la información que producen los medios de comunicación, pero más del 80% de los ingresos por publicidad que produce la información se queda en las plataformas y los editores están en la ruina más absoluta, con muy pocas excepciones. Es evidente que la situación era insostenible.

Un libro relativamente reciente de la escritora estadounidense Rana Foroohar, “Don't Be Evil: The Case Against Big Tech”, pone el dedo en la llaga del algoritmo: el capitalismo de vigilancia nos está invadiendo sin control. Esta columnista de negocios globales del prestigioso “Financial Times”, está considerada una de las mejores escritoras de economía y finanzas del mundo, con notables libros publicados y varios premios. Su último libro mencionado ha sido distinguido en EEUU como uno de los mejores del año. Big Tech perdió su alma, acuciada por el imperativo del capitalismo financiero, más beneficios trimestrales, más volumen en capitalización bursátil. Y se comieron nuestro queso. Pero Foroohar no se limita a la denuncia, que está cada día más extendida, hasta la podemos encontrar en los documentales de Netflix, narrada por los mismos que contribuyeron a crearla. Con rigor y método, la norteamericana nos presenta un plan sobre cómo podemos resistir, los gobiernos y las instituciones democráticas deben crear un marco que fomente la innovación, liberando la creatividad y protegiéndonos del lado oscuro de la tecnología digital.

Regresión democrática

Nos lo acaba de advertir “The Economist” en su informe “Democracy index 2020”: un 70% de los países monitorizados (un total de 167) experimentó una regresión “sin precedentes” en su democracia. La pandemia ha hecho retroceder enormemente las libertades civiles. Ahora que atisbamos el final del túnel, es el momento de prepararnos para la resistencia y preparar las alternativas. Simon Tisdall nos lo advierte en otra publicación prestigiosa, “The Guardian”, los “chicos malos” están ganando a nivel mundial. La Red se está rompiendo, fragmentándose, como viene denunciando uno de sus principales creadores, Tim Berders-Lee. China censura implacablemente y desarrolla su propia Internet. Rusia sigue esa ruta. Hay un montón de recovecos, cuartos cerrados, zonas totalmente a oscuras en la Red y crecen sin parar. Ya no se puede hablar de una Red unificada y global. Además, desde el punto de vista de la información, es un campo minado de desinformación, discursos de odio y conspiraciones a mansalva. Un horror. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

“La mejor defensa contra todo tipo de patógenos es la información”, proclama Yuval Noha Harari, el historiador más brillante a nivel mundial. “Si no hacemos un esfuerzo para llevar la ciencia a todos, dejamos el terreno para la desinformación y teorías de la conspiración”. Los editores tienen una responsabilidad crucial en esta urgente tarea.

La Camarilla Mundial

Acabo de leer a vuelapluma un libro muy reciente “La verdad de la pandemia. Quien ha sido y por qué”, de Cristina Martín Jiménez, periodista y escritora española, que tiene varios libros publicados, con bastante éxito de público. Está editado por Ediciones Martínez Roca, un sello editorial de Editorial Planeta. La primera edición es de julio del año pasado y ya va por su sexta edición. Ya conocía un libro suyo anterior sobre el Club Bilderberg. El libro citado reúne mucha documentación, casi toda alineada en función de sus tesis ciertamente conspiranoicas. Reproduzco un párrafo significativo: “miembros del Bilderberg son los principales propietarios y accionistas de los seis principales conglomerados mediáticos globales. Y ellos eligen qué es noticia y qué no. Qué se publica y qué se oculta. Cómo se interpretan los acontecimientos y que se van a publicar y quienes son los buenos y los malos de su película global”.

Llevo unos 42 años como periodista y he estado en una docena de redacciones en puestos de dirección. Tengo una idea bastante fundamentada sobre cómo funcionan las redacciones. Además, sigo muy de cerca lo que sucede en los medios de comunicación del mundo, análisis que publico en Media-tics.com y otras webs. Asesoro a grandes y pequeñas empresas sobre la complicada transición digital de los editores.

La delicada cuestión de la influencia de los principales accionistas de un medio en la línea editorial del mismo, es cuestión compleja y difícil. Joseph Oughourian, un financiero principal accionista de Prisa con diferencia, que acaba de ser nombrado presidente no ejecutivo del primer grupo de medios en español, lo tiene afortunadamente muy difícil si quisiera influir en la línea editorial de “El País” y la SER. No elige lo que es noticia y lo que no, les aseguro, en contra de los que afirma Cristina Martín. “Le Monde” es uno de los diarios más influyentes del mundo. Un empresario tecnológico y un banquero son sus principales accionistas. Ahora también una checo multimillonario del sector energético llamado Kretinsky, que es, además, propietario de cabeceras de calidad como “Elle” Y “Marianne”. Sus posibilidades de influir en la línea editorial son insignificantes, me parece. Lo mismo podríamos decir de los propietarios del prestigioso e influyente “The Economist”. Jeff Bezos compró “The Washington Post” y lo salvó de la ruina. En vez de echar periodistas, contrató a muchos más. Poco después de la adquisición, el diario publicó una información crítica contra ciertos intereses de Amazon. Bezos no pestañeó. Aunque no es editor, es lo suficientemente inteligente para comprender que en el negocio de la información la independencia editorial es crítica. Mucho más en estos tiempos de inundación mediática en la que la información de calidad es un bien cada día más valorado.

Sigue existiendo el llamado “periodismo de trinchera”, en el que los profesionales que trabajan en un medio están constreñidos por la orientación ideológica de la publicación. No critico que sea así, pero créanme si afirmo que es una lastre cada día más pesado. Defiendo a machamartillo la libertad de expresión, claro está, incluso la que abusa de esa libertad. La publicidad ha ayudado enormemente a la libertad informativa, financiando el pluralismo, pero los editores tiene un gran problema. La publicidad está siendo secuestrada por los gigantes tecnológicos y además está en retroceso en un mundo que se plantea si nos conviene impulsar el consumismo en un planeta exhausto.

Conspiraciones

Pero volvamos a las conspiraciones, ahora que Trump y su supuesta conspiración que le arrebató la última elección, gira en el sumidero de la historia. El historiador antes mencionado, Harari, tiene publicados varios demoledores análisis sobre las conspiraciones. Otros lo han venido haciendo, siempre en la línea de que las conspiraciones existen, pero la historia no es el resultado de una conspiración. “Cuando el mundo parece una gran conspiración”, se titula, por ejemplo, un largo artículo publicado en España por “La Vanguardia” (7/12/2020). Harari llama la “Camarilla Mundial” a la inmensa oleada de todo tipo de conspiraciones que ahora pueblan muchos medios y campan a sus anchas por Internet. Nos recuerda que el nazismo fue una teoría de la Camarilla Mundial basada en una mentira, que un grupo de financieros judíos domina el mundo en secreto y está conspirando para destruir la raza aria. “Las teorías de la Camarilla Mundial –dice Harari- arguyen que debajo de un sinnúmero de sucesos que vemos en la superficie del mundo está al acecho un grupo siniestro. La identidad de ese grupo puede cambiar: algunos creen que el mundo lo dirigen en secreto los masones o las satanistas; otros creen que son los extraterrestres, reptilianos o varias otras pandillas”. “Los sucesos en las noticias son una cortina de humo diseñada con astucia para engañarnos y los líderes famosos que distraen nuestra atención son meros títeres a merced de los verdaderos gobernantes”. Estas teorías “son capaces de atraer a grandes grupos de seguidores en parte porque ofrecen una sola explicación sin rodeos para una infinidad de procesos complicados. Si creo en algún tipo de estas teorías, disfruto de la tranquilidad de sentir que entiendo todo”. La conclusión lógica para los historiadores serios es que los asuntos humanos son, cada vez más, increíblemente difíciles de predecir y controlar.

En este contexto, la actual pandemia no tiene que ver con los ecosistemas, es parte de una conspiración para desatar el miedo y dominar y hacer más dócil a la gente.

Hay otra lectura: la última tendencia del capitalismo depredador, el hipercapitalismo de vigilancia, aprovecha el virus en un postrer intento de prevalecer. Pero la brutal desigualdad desatada juega en su contra, ayudada por la gente lúcida que cree que todos somos uno y es hora de despertar.

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