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Los libros no morirán porque no son cosas…son el alma de nuestra civilización

Por José Luis Zunni
Cuando el genial Carl Sagan decía “una mirada a un libro y escuchas la voz de otra persona, tal vez alguien muerto durante 1000 años. Leer es viajar en el tiempo” no distaba mucho de lo que también decía Marco Tulio Cicerón​ (106 a. C.- 43 a. C.) que fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano al describir que “una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma”.

Hay películas que nos conmueven, otras que nos entretienen (la gran mayoría) a riesgo de ser intrascendentes en nuestra vida y la categoría que más valoro es aquellas que nos hacen reflexionar…porque nos dejan un mensaje claro sobre algo o alguien. Esto es lo que me ha sucedido ayer mismo, al visionar por vez primera (raro que se me escape una buena pieza cinematográfica) “84 Charing Cross Road” (La carta final, en España) que es una película de 1987 dirigida por David Hugh Jones y basada en el libro del mismo nombre, donde Helene Hanff (interpretada por Anne Bancroft) reproduce la correspondencia mantenida durante años con el empleado de una librería de Londres Frank Doel (interpretado por Anthony Hopkins).

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¿Por qué me ha impactado? Porque soy de los que sigue creyendo que las librerías y los libros en papel seguirán existiendo, aunque solo en los próximos años tengamos que acostumbrarnos a muy pocas ediciones o tener que comprar en librerías de segunda mano.

Lo que la película planteaba de esta escritora de guiones para televisión, es que ella sentía un placer especial por el suave tacto de un libro, a los que realmente veneraba como formando parte de su día a día cotidiano, limpiándolos en las estanterías en los cuales había todo tipo de autor, especialmente los clásicos de la literatura inglesa. Y dado el precio que tenían los libros de literatura clásica inglesa en Nueva York, le motivó a tomar contacto con esta importante librería inglesa de libros de segunda mano.

Pero vamos al hoy: veamos…compongámonos una situación a pocos años vista, por ejemplo 2025. ¿Podremos ir a una librería? ¿Seguiremos pudiendo disfrutar de obras clásicas en papel y de nuevos “best seller” sean de ficción o de ensayo sobre temas candentes de la actualidad? Estamos seguros que así será, que hay cosas que van a tardar muchos años en cambiarnos en cuanto a formas de consumirlas, porque la gran masificación marketiniana que todo lo puede gracias a los cambios de las NT’s que transforman todo…absolutamente todo, hay algo que aún no pueden tocar (al menos eso creo): la sensación de poder disfrutar de un libro físico al que cuidamos y veneramos como lo hacía Anne Bancroft en esta película. Porque es tocarnos el alma, los momentos que nos pertenecen, ese espacio privado que nos da un libro mientras lo disfrutamos en un viaje en tres, en la espera larga de un aeropuerto o simplemente sentados en un banco de la plaza en una hermosa tarde de primavera.

Estoy de acuerdo que los e-books y todo tipo de dispositivo móvil nos facilita la vida. Que lo que necesitamos está a un golpe de ratón, porque para ello tenemos robots de búsqueda como Google que todo lo puede y que llega a cualquier sitio. Impresiona ver los Google maps y la velocidad a la cual podemos contar con cualquier información.

Pero digo yo una cosa: ¿es necesario correr tanto? ¿Es imprescindible prescindir de algunas cosas que representan nuestra cultura como civilización? ¿O es que olvidamos que los primeros libros en cultura cuneiforme de hace 5.000 años fueron el origen de los actuales libros que vemos en un móvil? ¿Estamos garantizando a los niños actuales que en el colegio primario tienen que leer sus manuales, a que vayan incorporando un sentimiento especial a las obras escritas que puedan tocar en un libro de aventuras y que les ayude a dominar su lengua y a aprender a expresarse adecuadamente? Especialmente los niños, a que puedan disfrutar pasando las páginas de un cuento con buenas ilustraciones en colores, al que como siempre sucede les encanta que se los lean todas las noches antes de ponerse a dormir.

Hay cosas que no deberían morir…como es el caso de los libros en papel. ¡Es más que un objeto! ¡Es más que un regalo! Representa para quién lo lee un momento de tranquilidad, felicidad, reflexión, descanso y también trabajo, cuando hay que hincar los codos estudiando una disciplina, caso de un código que tiene que leer un abogado o un libro de medicina con los últimos adelantos científicos en la cura del cáncer y que es esencial para un médico ponerse al día. Claro está, que tanto este médico como este abogado tienen acceso por ordenador a mucha información que también se intercambian los científicos y los profesionales que actúan en la justicia y no tienen más que imprimirlo en su despacho. Pero todos esos documentos que elaboran departamentos de investigación de universidades en materia de economía, filosofía, biología, sociología, ciencias políticas, etc. forman parte de dos corrientes: la de una transmisión permanente a través de los conocidos como “Journals” que los hay de economía, de psicología y de todos los ámbitos del conocimiento que están nutriéndose de manera permanente en universidades y centros de estudio e investigación; la que termina formando parte de manuales, libros y cuadernillos, algunos conformando series de ediciones sobre determinada materia, otras auténticas obras unitarias, pero todas ellas en papel. Da igual que sean revistas, guías, o libros de tapa blanda o dura, lo importante es que pueden tocarse, dar vuelta las páginas y hacer anotaciones.

De hecho, en la película que hoy comento, el valor que más le daba a un libro de segunda mano la escritora Helene Hanff eran las anotaciones a pie de página o cualquier nota que representase que había sido leído por otras personas, que lo habían disfrutado, comprendido y guardado en sus memorias con esas anotaciones.

En definitiva, lo que está en juego en el momento actual, es como diría Carl Sagan “La persistencia de la memoria”, o a ¿alguien se le puede ocurrir que, por ejemplo, la biblioteca nacional de cualquier capital importante, como Madrid, o Londres o Washington, sea reemplazada por pendrives? ¡Pues claro que no!

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