El mundo ya ha cambiado, pero lo que hemos visto en los últimos años sólo eran los cimientos de una serie de nuevas realidades que ya están en camino. Es el momento de soñar con lo real, un futuro que ya está presente.
Pese a que el presente no está escrito, todos nos esforzamos cada día por encontrar los términos que definirán el futuro. Si bien la incertidumbre es la mejor etiqueta para lo que aún no existe, ya tenemos algunas palabras con las que comenzar el relato de lo que aún no es, pero será. Hemos elegido estas cinco tecnologías disruptivas porque las palabras del presente ya dirigen hacia ellas. Tiempo al tiempo.
1. Robótica
La palabra robot fue utilizada por primera vez en 1921. Y fue en la ficción: el escritor checo Karel Capek (1890-1938) estrenó en el Teatro Nacional de Praga la obra “Rossum’s Universal Robot (RUR)”. En ella, una empresa diseña una serie de máquinas con aspecto humano capaces de realizar determinadas tareas con el objetivo de aligerar la carga de trabajo de las personas. El experimento sale mal, ya que esta nueva raza, los robots (palabra derivada de “robota”, un término eslavo que designa el trabajo esclavo) termina sublevándose contra los humanos… y destruyendo el mundo.
La robótica moderna surge en 1954 con la patente que solicita George C. Devol, Jr., considerado el creador del primer robot industrial y cofundador junto a Joseph F. Engelberger de la primera empresa de robótica de la historia, Unimation. Esta compañía instaló en 1959 en una fábrica de General Motors el primer robot con la idea originaria de esta nueva realidad: que una serie de máquinas realizaran el trabajo repetitivo que inventó la producción en cadena.
Ahora las fábricas están plagadas de robots que colaboran con humanos en distintas tareas e incluso los sustituyen en algunos casos. En países como Corea del Sur hay más de 300 robots por cada 10.000 trabajadores humanos, aunque todavía representan poco más del 5% del total. El fabricante taiwanés Foxconn, que ensambla móviles de casi todas las marcas, anunció recientemente la sustitución del 55% de su plantilla de una fábrica de China por robots, pasando de 110.000 a 50.000 empleados humanos.
La cuestión es que el futuro traerá robots inteligentes, no meras máquinas programadas para realizar la misma tarea muchas veces: serán muchas tareas muchas veces, y con la posibilidad de que aprenda nuevas tareas según su propia experiencia, aunque incluso esto quedará superado por la propia tecnología: RoboBrain es una gigantesca base de datos que están preparando varias universidades estadounidenses (Berkeley, Stanford, Brown y Cornell) y empresas como Google, Microsoft y Qualcomm para que robots de todo el mundo puedan consultar de manera autónoma en ella cómo realizar tareas a las que nunca se han enfrentado. Esto significa que se pasará de tener robots con chips a robots con cerebro. De máquinas a humanoides. De un elemento de ayuda a la fabricación, a un conductor, un peluquero, un médico o un profesor. Ya hay robots camareros (un estudio de la Universidad de Oxford dice que el 96,3% de los camareros podrían desaparecer a manos de un robot, aunque la palma se la llevarían los operarios de fábrica: el 98% será sustituido en los próximos años por una máquina. En España, la OCDE estima que hasta el 12% de los empleos se perderán a causa de la llegada de nuevos robots) y recepcionistas, se están buscando robots soldado y muchos piensan que algún día incluso nuestra pareja podría no ser real. Bueno, real sí… pero no necesariamente humana.
Los robots serán otra raza de humanos.
2. Blockchain
Tal vez la palabra no te diga nada pero, ¿has oído hablar del Bitcoin? Pues el blockchain es la asombrosa tecnología que está detrás: las cadenas de bloques. En realidad es simple, pues sólo es un método para registrar datos, algo así como un libro de contabilidad digital. La diferencia es que este libro está en la Red y a él pueden acceder cuantos sujetos deseen desde donde quieran, de manera que puedan consultar la información que contiene o actualizar esos datos. Estos registros se almacenan en forma de bloques de datos unidos mediante criptografía en orden cronológico a su creación, en un proceso conocido como “hashing” en el que participan grupos de ordenadores. Cada bloque posee una firma digital única que debe coincidir en todos los ordenadores participantes en el proceso, de manera que se garantiza la transparencia de los datos contenidos. Este aspecto no es ninguna tontería: ¿acaso existe en la actualidad algún modo de aportar transparencia a un documento – al margen de los notarios, que son personas y, por tanto, falibles -?
Además, y pese a que cualquiera puede participar, lo que ya está en el libro no se puede alterar o cambiar, sino únicamente añadir nueva información. La encriptación del contenido es la clave que garantiza la autenticidad de los datos, lo que unido a la necesidad de acceder de manera simultánea a todas las copias para poder modificar (o robar) sus datos, convierten a esta tecnología en una de las más seguras que existen, ya que cualquier modificación independiente cambiaría la firma digital y no concordaría con las almacenadas en los otros ordenadores, por lo que el sistema alertaría de una falta de concordancia entre firmas y se descubriría automáticamente el engaño.
Lo asombroso del blockchain son las posibilidades que ofrece, ya que no se trata tan solo de una tecnología restringida a servir de base de nuevos sistemas monetarios (que no es poco). Si observamos una de las bases del blockchain (conocer quién tiene qué o quién ha hecho qué en todo momento), podemos hacernos a la idea de su potencial: podría servir para verificar procesos (ya se aplica para saber si los diamantes en bruto se utilizan para financiar conflictos), para proteger datos personales (en Estonia la empresa Guardtime ayuda al Gobierno del país a controlar información sensible de sus ciudadanos gracias al blockchain, que permite saber al instante si algún dato ha sido alterado sin autorización), para crear patentes digitales, para gestionar el voto electrónico en elecciones o para garantizar la seguridad en las redes de telecomunicaciones. Por no hablar del Bitcoin: hay más de 15 millones de unidades circulando por el mundo, aunque el máximo será de 21 millones. Y han sido minadas utilizando el blockchain.
El blockchain será el gran escudo protector del mundo digital.
3. Vehículos autónomos
Puede que KITT (Knight Industries Two Thousand) fuera el primer coche autónomo de la Historia. Al menos era un coche fantástico, capaz de hablar, interactuar y ejecutar acciones por sí mismo, respondiendo en ocasiones a las necesidades del justiciero Michael Knight, su conductor y otrora vigilante de la playa. Aquello era ficción, pero ahora cuando estamos en un atasco a lomos de nuestro viejo coche, muchos de los compañeros de calzada que nos rodean saben aparcar solos, son capaces de indicarnos cualquier incidencia y algunos, incluso, están entrenados para evitar accidentes. Pero ni siquiera, pese a su incipiente inteligencia, son capaces de hacer lo que está por llegar. ¿Para qué iba a tener Toyota si no 15 centros de investigación repartidos por todo el planeta (y a los que ha dedicado más de 1.000 millones de dólares en los últimos años)?
El automóvil se encamina hacia un modelo en el que no habrá conductores. Punto. Los coches se conducirán de manera automática, bastando con introducir las coordenadas del lugar al que deseemos ir. Después, y como si se tratase de un avión en modo piloto automático, bastará con echarse a dormir y dejar que el coche recalcule las rutas, evite obstáculos, gestione la velocidad de circulación y, en definitiva, nos lleve a nuestro destino. La consultora Navigant Research estima que para 2025 habrá 85 millones de vehículos autónomos en el mundo. ¿Te gusta conducir? Pues se ha terminado. Ahora tu chófer es un algoritmo informático.
El concepto plantea retos. El primero es cultural: los fabricantes tradicionales llevan años vendiendo vehículos a personas que desean conducir, por lo que no terminan de aceptar la idea de vender coches que se conduzcan solos porque ni siquiera sabemos si eso es lo que desea la gente (¿qué tipo de anuncios veríamos en la tele entonces?). El segundo es económico, pero está íntimamente relacionado con el primero: hay una nueva generación de empresas, cuyo objetivo inicial no eran los coches, que están convencidas de que, efectivamente, la gente quiere dejar de conducir. Y se han puesto manos a la obra para desarrollar estas tecnologías, ante la impasible mirada de los fabricantes tradicionales a los que la crisis económica dejó sin clientela, la ecología dejó sin conciencia y estas empresas dejaron sin futuro. El tercero es técnico: ¿hasta qué punto podrán convivir en la carretera coches autónomos y vehículos manejados por humanos? Porque sabemos que las máquinas funcionan bien cuando se relacionan entre ellas y que los humanos, más o menos, también se entienden entre sí. Pero algunas experiencias de convivencia entre máquinas y personas no han sido del todo satisfactorias y hay que aceptar que el paso de personas conduciendo a máquinas conduciendo ni será automático ni será instantáneo, sino progresivo a lo largo de mucho tiempo, como está sucediendo con la transición desde la gasolina hacia la electricidad (aunque en los Países Bajos lo tienen claro: para 2025 no quieren más coches con gasoil o gasolina).
¿Sigues pensando en coches? Pues no: hablamos de “vehículos” autónomos. Ahora piensa en los drones (o en aviones de pasajeros sin piloto), en Hyperloop (un transporte supersónico capaz de circular a más de 1.000 kilómetros por hora) o en SpaceX (también quieren llevar a gente al espacio, pero sin un Han Solo que pilote la nave). ¿Qué llegará después? Barcos autónomos, implantación definitiva del metro sin conductor, el fin de los maquinistas del tren, autobuses y tranvías que realizan su ruta sin intervención humana… Las consecuencias de todo eso son potenciar y mejorar el transporte hasta el punto de derribar definitivamente y para siempre las pocas barreras que quedaban ya en la interconexión de países y ciudades.
Los vehículos autónomos serán la culminación de la globalización.
4. Selección genética
La evolución a la carta gracias a la biotecnología. Un avance extremadamente polémico porque traspasa los interrogantes económicos, sociales o políticos para entrar en los morales: ¿hasta qué punto es ético alterar la naturaleza para escoger únicamente aquellos genes solventes y dejar por el camino evolutivo los que no cumplen ciertos patrones? Es cierto que cuando se habla de selección genética siempre se piensa en el ser humano, pero hasta ahora se está aplicando en el reino animal y en plantas y cultivos, una frontera previa. ¿Te acuerdas de las sandías sin pepitas? ¿Has oído hablar de los alimentos transgénicos? Pues se estima que el 80% del mercado de los transgénicos está en manos de Monsanto, laboratorio por el que Bayer ha ofrecido 62.000 millones de dólares.
Algunos vaticinan que gracias a la selección genética se acabará con el hambre en el mundo (795 millones de personas pasan hambre en la actualidad, según el Programa Mundial de Alimentos), al ser capaces de producir en un laboratorio frutas y verduras resistentes a sequías, plagas o características de la tierra incompatibles con la fertilidad. Otros van más lejos: nuevas razas de animales, el fin de las enfermedades o la recuperación de especies extinguidas. También, por supuesto, la conquista del espacio: la selección genética creará cultivos viables e infinitamente renovables para los aventureros que decidan asentarse en Marte, y todo ello sin necesidad de inventar un sistema al estilo de Matt Damon en la película The Martian, ya que ese sistema estará insertado en las semillas que se lleven desde la Tierra. Semillas que estarán patentadas: la selección genética crea productos nuevos en laboratorio y abre la puerta a un hecho inédito en la historia como permitir patentar genes, algo que reclaman las multinacionales que invierten millones de dólares cada año para desarrollar productos naturales mejorados.
La ciencia ficción siempre ha ido por delante y puede traer a la memoria algunas desagradables consecuencias, pero esto es real, existe, se practica, se experimenta, se usa. Y se ha simplificado hasta el punto de que ya existen sistemas de edición genética que se venden por Internet por unos 60 dólares (53 euros). Ahí entra en juego CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, en español Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas). Esta complejidad definitoria es sencilla de comprender: la posibilidad de alterar el ADN que vive dentro de las células. En manos de cualquiera, dada la simplificación de los procesos y la ingente cantidad de información disponible en Internet para aprender cualquier cosa sin pisar una universidad.
No es de extrañar que la Inteligencia estadounidense haya fijado sus ojos en la edición genética y la considere una potencial arma de destrucción masiva que podría caer en manos indeseables y crear virus que alterasen el ADN humano o especies de insectos asesinos que destruyeran cultivos y ganados. “La edición genética podría producir un accidente catastrófico, puesto que el genoma representa la esencia misma de la vida”, alerta el que fuera secretario general adjunto del Departamento de Defensa de Estados Unidos, Daniel Gerstein. Esencia manipulable como quien juega con plastilina, para bien o para mal. Cuidado.
La selección genética nos abre a un mundo inexplorado.
5. Sociedad sin dinero
Se acabó llevar la cartera repleta de monedas y billetes, y ahora no es por la crisis: el dinero físico desaparecerá en los próximos años. Si bien en la actualidad las monedas no son más que la tradición dineraria del sector financiero, totalmente digitalizado, el futuro por venir ni siquiera será financiero, sino informático. No habrá dinero físico, un experimento que algunos países comienzan a realizar: Dinamarca quiere eliminarlo en 2030, Corea del Sur acabará con las monedas en 2020 y la Unión Europea ha comenzado a recortar - esta vez por arriba - el catálogo de billetes y no seguirá imprimiendo los de 500 euros a partir de 2018. En Suecia sólo el 20% de las transacciones se pagan en efectivo, frente al 75% de la media mundial, y las monedas y billetes representan únicamente el 2% de la economía (en Estados Unidos es el 7,7% y en la eurozona el 10%). En sólo cinco años, los bancos suecos han “perdido” más de 5.000 millones de coronas, pasando de albergar 8.700 millones en 2010 a 3.600 en 2015: ya no necesitan guardar billetes porque la gente, sencillamente, no usa billetes.
La cuestión es que esta nueva sociedad irá más lejos que la simple traslación de las monedas a una tarjeta de crédito, el móvil o PayPal. Es mucho más que jugar a pagar con el móvil: imagina un mundo en el que el oro deja de ser el patrón que sustenta el sistema monetario. Un mundo en el que un banco central pierde su poder regulador y arbitrario (de árbitro, supongo) para controlar la moneda. Un sistema diferente en el que el nuevo oro son los datos y el banco central es nadie. Un sistema sin monedas nacionales (serán internacionales) no sustentadas por ningún Estado, sino por personas que crean, distribuyen, acaparan y utilizan monedas digitales privadas sin ánimo de lucro, ironía hablando de dinero. ¿Podrás elegir con qué divisa pagar en cada momento? ¿Podrás ser cliente – o ahorrador – de aquellas monedas que más te gusten? ¿Tendrá cada banco su propia divisa? Es el gran supermercado del dinero digital, donde podremos elegir con qué moneda pagar en cada momento sin importar en absoluto el poder tradicional, el país en que te encuentres (vas a comprar por Internet, ¿a quién le importa dónde esté el vendedor?) o el tipo de cambio que se aplica. En 2014 se contabilizaron más de 78 criptomonedas diferentes, pero la cifra no deja de crecer. Internet es un mercado global con moneda local, pero ese localismo está basado en las viejas fronteras físicas entre países… que han sido derribadas por la Red.
Si esta Arcadia monetaria suena a ficción basta recordar que más de 100.000 comercios ya aceptan Bitcoins en el mundo. Pero imagina la nueva realidad: en el nuevo mundo financiero no habrá fraude fiscal posible, ya que lo digital siempre deja rastro (¿te acuerdas del Blockchain?). Mala noticia para los fabricantes de maletines, pero también para los carteristas, sin nada que llevarse de bolsillo a bolsillo (tampoco habrá pasaportes o documentos de identidad físicos, creo que ya hemos hablado del Blockchain antes). Robar, estafar, defraudar… serán actividades que requerirán avanzados conocimientos informáticos, a pesar de que esta tecnología nace encriptada y basada en nuevos estándares de funcionamiento que hacen, a día de hoy, prácticamente infalible su seguridad.
La sociedad sin dinero no es dejar las monedas en la vitrina de un museo y acercar el móvil al datáfono. Es dejar el dinero y el datáfono en la vitrina del museo y empezar a pagar con bits.
La sociedad sin dinero será el mayor cambio de mentalidad de la historia reciente.