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Echar una mirada contemplativa es la puerta abierta a los sentidos y pintar nuestra percepción con un color imaginario

Por José Luis Zunni

A veces las definiciones son más simples cuando las leemos que cuando nos ponemos a pensar en ello. Por ejemplo, una manera sencilla de definir la expresión que hoy nos ocupa, es hablar de que la mirada contemplativa es ver y percibir lo que es, sin hacerse una representación o suposición de lo que es. No suponemos ni especulamos: solo vemos lo que es.

Percibir es la puerta abierta a los sentidos. Los abre y nos permite salir de la mente discursiva (esa que requiere leer una nota, una cita, un libro, etc.), porque al entrar en nosotros como una percepción de la realidad nos está alimentando y rodeando, rompiendo con rumores, presupuestos que no son reales y especulaciones vacías de contenido.

Echar una mirada contemplativa es la puerta abierta a los sentidos y pintar nuestra percepción con un color imaginario
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Pero mientras nuestra mente y sentimientos perciben una realidad, es un proceso mecánico (nuestro subconsciente así opera) estamos descartando, filtrando, analizando, etc., y ponemos palabras, etiquetas, definimos cosas y nos animamos a pintar nuestra percepción con un determinado color imaginario, pero real como la vida misma. Porque el poder que tienen las palabras, la maravilla que es el lenguaje en la historia de la humanidad, nos hacen crear mundos y explicar dichas percepciones.

¿Qué palabras utilizamos y cómo estas palabras generan nuestro mundo?

¿Son ajenas a las percepciones o por contrario son las que nos ayudan a comprenderlas?

Sin duda si no hubieran existido los escritores, poetas, dramaturgos, novelistas, cuentistas y el amplio campo que abarca la literatura, nos atreveríamos a decir que sería un mundo muy pero muy diferente. No queremos afirmar que no existiría el mundo, porque sería una exageración, pero no lo sería sostener que conviviríamos en un universo absolutamente huérfano de emociones, sentimientos compartidos, consejos, misticismo, fantasía, idealismo, e incluso, la ausencia de la propia historia que no estaría escrita.

Un mundo así no encaja porque tampoco podemos valernos solo de las percepciones como inputs para definir nuestro día a día. Necesitamos la palabra escrita u oral. Y aunque parezca también una exageración, el wasap es lenguaje escrito y al mismo tiempo oral (no solo porque permite el mensaje de audio) sino porque prácticamente transmite lo que queremos decir en tiempo real y nos contestan también en el momento. Este wasap es parte de la cultura actual, una forma muy elemental de literatura, pero son palabras que sin duda comunican entre las personas y dan idea de cómo se sienten, qué están proponiendo (si se trata de un jefe con su equipo), o cómo se ha llegado al punto de destino (cuando comunicamos que el viaje no ha tenido inconveniente alguno).

En definitiva, la palabra…las palabras y los sentimientos, son las dos caras de una misma moneda. Nos las decimos y las escribimos porque queremos percibir la realidad…nos gusta saber, conocer y muy especialmente sentir lo que nos transmiten los demás.

Por tanto, echar una mirada contemplativa que está en línea con la reflexión y la meditación, no está ni exenta de palabras (aunque un paisaje nos abrume por su belleza y nos deje sin palabras) ni tampoco está exenta de percepciones. Más bien lo contario. Esas palabras y percepciones que decimos y tenemos día a día van dibujando nuestro mundo. Son creadoras de nuestra realidad y depende cómo las utilicemos, serán más o menos afortunadas nuestras frases, expresiones y demostración de qué calibre de persona somos.

Echar una mirada contemplativa a lo más cotidiano, es dar un paso y tomar distancia con nuestro presente para tratar de desentrañar eso que queremos descubrir, una intuición que nos aflora, un malestar que espiritualmente tenemos por un disgusto recibido o una felicidad que no hemos expresado aún por un logro que sabemos estamos obteniendo.

La mirada contemplativa es tan importante como las palabras de aliento que le damos a un amigo en horas bajas. La diferencia, que la mirada que contempla es individual, nos pertenece, es de nuestro más íntimo ámbito privado, no la comercializamos, la guardamos para nuestro regocijo y la acumulación (como si de una batería se tratase) de sentimientos positivos y deseos de hacer algo bueno por los demás, por compartir momentos o por acompañar en momentos cuando estos son malos.

La mirada contemplativa nos hace que salgan las palabras, aunque no las digamos pero están en nuestro consciente, porque el lenguaje que mantenemos en silencio ante la contemplación, saldrá antes o después, en nuestros sentimientos, formas de expresarnos y conducirnos, nos dará energía e inspiración, no hará sentir bien y neutralizar los factores que a todos nos deprimen.

Con la práctica de estas palabras en la meditación, y en las diversas etapas contemplativas que nos fijemos, podemos abrirnos a un mundo más profundo y alcanzar un auto-conocimiento más claro. Cuando dialogamos, lo hacemos con palabras que nos decimos y de cómo son estas palabras, de la manera en que las utilicemos, será invitación a hacernos conscientes de este diálogo interior y de las palabras que en él se ponen en juego. Porque están dentro nuestro y las sacamos porque antes están nuestros pensamiento y sentimientos.

Wayner Dyer dice con gran acierto que “si cambiamos la forma de mirar las cosas…las cosas que miramos también cambiarán”. Es un aliciente para intercalar pensamientos positivos y que lo contemplativo, la mirada que estamos echando a una cosa, un sitio, etc., nos sirva para ese mirar con un cambio que ya hemos introducido.

Una última cuestión: la mirada que echamos sencilla de lo que nuestros ojos ven; la otra, la de más alcance, es el mirar más allá, otro nivel de mirada, otra perspectiva de la vida que contemplamos.

Para contemplar hace falta detenerse todo lo que sea necesario, porque en cierto sentido se convierte en nuestro centro de atención. Debemos prestarle oídos….o sea…escuchar nuestro interior a través de la mirada contemplativa. Cuesta adquirir esta capacidad, pero puede lograrse con entrenamiento.

En la contemplación, cada cosa sobre la que nos detenemos o miramos, necesita la comprobación de que estamos realmente interesadas para que no se nos diluya, para que no la perdamos porque nos han invadido otros pensamientos.

Tomarse tiempo para una mirada contemplativa es un regalo de Dios…que nos da y debemos aprovecharlo. Es tiempo del cual no volverá a ocurrir, por eso hay que exprimirlo al máximo, sacarle partido, utilizarlo con inteligencia.

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