Me gradué en Periodismo en el año 1972, tras aprobar los cuatro cursos reglamentarios y pasar el examen oficial. Acababa de terminar mi licenciatura en Derecho. Ha pasado algo más de medio siglo y varios vendavales tecnológicos y sociológicos en esta profesión. Me fascinaba ver componer en plomo a los linotipistas de aquel lejano pasado. Durante bastantes años, las redacciones estaban presididas por el tableteo de las maltratadas máquinas de escribir. Las primeras pantallas fueron un regalo que muchos colegas recibieron con alguna aprensión. Las grandes redacciones de los principales diarios eran como un caótico templo de competencia y compañerismo. Debo decir que las añoro.
La llegada de Internet empezó a cambiarlo todo. Aquellos diarios dominicales y revistas plagados de publicidad se fueron por un desagüe imprevisto, llamado Google, luego Apple, Amazon, Facebook, etc. Hoy el 80% de la publicidad digital se la llevan las plataformas que no producen ningún contenido. Es una aberración que aún no ha encontrado más acomodo que la ruina de muchos medios.
El año pasado, llegó casi silenciosamente, una incipiente Inteligencia Artificial que podría escribir, diseñar, investigar, y hasta hacer arte, amenazando varios oficios humanos. Se acaba de presentar el ChatGPT4 y hay otros varios en danza. El buscador omnipresente de Google deberá también reinventarse.
Hace años que comprendí que el cambio tecnológico lo cambiaba todo. He tratado de seguirlo, lo que no es fácil, pues su progresión es ya exponencial. Algunos colegas se han subido a ese fulgurante caballo con acierto. Como hace años me fascinaban las linotipias y las rotativas, hoy me peleo con la IA con parecido asombro. Creo que estamos solo al principio de una revolución copernicana.
El perfil que una empresa mediática debe buscar ahora para sus plantillas está mutando brutalmente. Además de gente que investigue y escriba, que realice videos cortos y más largos, que diseñe nuevos formatos, que muestre y explique realidades en profundidad, con imágenes, grafismos complejos, documentos visuales que se despliegan en la pequeña pantalla de los móviles, podcasts, comics, incluso videojuegos, deberá haber especialistas en diferentes tecnologías de vanguardia. Todo el mundo de distintas especialidades colaborando al unísono para alumbrar nuevas formas de explicar un mundo cada día más complejo y agitado.
No deberán faltar especialistas en medio ambiente, pues el cambio climático y el calentamiento global serán sin duda informaciones de enorme relevancia. En pocos años tendremos que dar cuenta de unos 300 millones de refugiados climáticos buscando desesperadamente acomodo y salvación de inundaciones y catástrofes. ¿Cómo informamos?
Los avances tecnológicos son cada vez más fulgurantes. La física cuántica es difícil de explicar, pero tendrá muy importantes repercusiones. Los avances en salud, telemedicina, nuevos fármacos, nuevas pandemias, etc., requerirán especialistas para hacerlos llegar al gran público.
Hay una cuestión trasversal de gran calado: en medio de una peligrosa inundación de desinformación y basura rebotando en las redes sociales, los medios van a necesitar con urgencia especialistas en redes, capaces no solo de observarlas, sino incluso de crear sus propios soportes, los medios deberán hacerse un hueco en estas selvas.
En un mundo convulso y complejo, los informadores en profundidad, que no acudan solo al brillo de las engañosas noticias de los informativos, sino que expliquen las causas y orígenes del caudal diario, serán de oro. El periodismo de alta calidad será el mejor pasaporte para avistar el futuro.
Y los profesionales no trabajarán con creciente frecuencia en los medios, serán de alguna forma, su propio medio. Se organizarán en cooperativas, que distribuirán sus contenidos ayudados por blockchain y serán remunerados a través de la cooperativa, según los impactos que logren con sus contenidos.
Y esto es solo el principio.