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El filme “Desde Rusia con amor” (1963) que fue la segunda película de la factoría del más famoso agente secreto, nos planteaba el desafío de que el espionaje británico robase una máquina de descifrar “Lector” a los rusos en su embajada de Estambul. En plena Guerra Fría la ficción igualmente reflejaba el precario equilibrio que existía por aquel entonces entre los países que conformaban el Pacto de Varsovia, de los que eran parte integrante de la OTAN. Como siempre Oriente vs. Occidente. Y la cosa no ha cambiado en el inicio de este 2022.
El adjetivo humanoide se emplea para calificar a aquello que tiene características o apariencia de un ser humano. El concepto se vincula al antropomorfismo, que consiste en atribuir rasgos humanos a un objeto o a un animal.
Hace unas horas, casi de pasada en un telediario al que no le estaba prestando mucha atención, de repente, vi unas imágenes de unos robots de aspecto humano que impresionaban, porque sonreían, fruncían el ceño, o simplemente esbozaban una sonrisa de manera muy sutil, en fin, metía miedo en el cuerpo el grado de evolución al que estamos siendo sometidos. También escuchaba el pasado fin de semana en una tertulia radiofónica que en diez años más vamos a ser los humanos una especie de híbridos, un poco como lo que he visto anoche. O sea, auténticos humanoides que van a ir perfeccionándose. Pero ¿cuál es la diferencia entre nosotros los humanos y estos humanoides?
Puede parecer un título de un libro viejo, que de hecho lo es, porque ya cuenta con sesenta y seis años. Pero con esta novela “El coronel no tiene quien le escriba”, Gabriel García Márquez pretende reflejar el sentimiento de desasosiego ante la espera, tal y como el autor lo expresó, cuando un viejo coronel espera la pensión que nunca llega. Probablemente una de las mejores plumas hispanoamericanas de todos los tiempos, el libro en sí mismo es una metáfora de lo que es el desapego y ese desasosiego de la espera y la frustración que produce lo que no llega.
Cada fin de año es una lucha entre el debate íntimo que tenemos con nosotros mismos sobre lo que hemos hecho, lo que hubiésemos querido realizar y lo que anhelamos cumplir a la vuelta de la esquina cuando las campanadas nos den la voz de salida a otro año de existencia.
Cuando el genial Carl Sagan decía “una mirada a un libro y escuchas la voz de otra persona, tal vez alguien muerto durante 1000 años. Leer es viajar en el tiempo” no distaba mucho de lo que también decía Marco Tulio Cicerón (106 a. C.- 43 a. C.) que fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano al describir que “una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma”.
Hay películas que nos conmueven, otras que nos entretienen (la gran mayoría) a riesgo de ser intrascendentes en nuestra vida y la categoría que más valoro es aquellas que nos hacen reflexionar…porque nos dejan un mensaje claro sobre algo o alguien. Esto es lo que me ha sucedido ayer mismo, al visionar por vez primera (raro que se me escape una buena pieza cinematográfica) “84 Charing Cross Road” (La carta final, en España) que es una película de 1987 dirigida por David Hugh Jones y basada en el libro del mismo nombre, donde Helene Hanff (interpretada por Anne Bancroft) reproduce la correspondencia mantenida durante años con el empleado de una librería de Londres Frank Doel (interpretado por Anthony Hopkins).
Václav Havel (1936-2011) fue un dramaturgo, escritor y político checo, que además fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa. Y el título de nuestra aportación de hoy se basa en un pensamiento del dramaturgo checo que es un poco más amplio: “Tan pronto como el hombre comenzó a considerarse la fuente del significado más elevado del mundo y la medida de todo, el mundo comenzó a perder su dimensión humana y el hombre comenzó a perder el control de él”.
A veces las definiciones son más simples cuando las leemos que cuando nos ponemos a pensar en ello. Por ejemplo, una manera sencilla de definir la expresión que hoy nos ocupa, es hablar de que la mirada contemplativa es ver y percibir lo que es, sin hacerse una representación o suposición de lo que es. No suponemos ni especulamos: solo vemos lo que es.
Percibir es la puerta abierta a los sentidos. Los abre y nos permite salir de la mente discursiva (esa que requiere leer una nota, una cita, un libro, etc.), porque al entrar en nosotros como una percepción de la realidad nos está alimentando y rodeando, rompiendo con rumores, presupuestos que no son reales y especulaciones vacías de contenido.
En el mundo convulso y complicado en el que estamos inmersos, sentimos como una bocanada de aire fresco cada vez que nos formulamos preguntas, como si necesitásemos un ciclo de preguntas y respuestas como un mecanismo justo (además de oportuno) en este tiempo que está viviendo la humanidad de tanta confusión y también, lamentablemente muerte.
Vamos a abordar el concepto de la sincronicidad, que veremos inmediatamente que es una manera de saber si estamos en el camino correcto.
En 1952, Carl Jung acuñó el concepto de "sincronicidad" para definir "la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de manera acausal". Es decir, la coincidencia temporal de dos o más eventos, que guardan relación entre sí, pero que no son uno causa del otro, sino que su relación es de contenido.
Emma Beddington escribía en The Guardian este martes 19 de octubre un artículo que titulaba “Meditation, vodka and vinegar: can the morning routines of the rich and famous make me a better person?” (Meditación, vodka y vinagre: ¿pueden las rutinas matutinas de los ricos y famosos hacerme una mejor persona?), el cual lo iniciaba diciendo:
“No estoy empoderada ni optimizada por mi rutina matutina actual. Soy una perdedora de ojos llorosos. Así que pasé un mes abandonando mi teléfono, haciendo ejercicio, escribiendo un diario y abrazando el amanecer, para descubrir qué es lo que realmente funciona”.
Me pareció de interés en mi aportación de hoy abordar un tema del cual no es tanto lo que se habla como lo que se sufre: me refiero a qué podemos considerar como una persona dramática.
Buscamos y en primer lugar nos aparece la siguiente definición: “se denomina como dramático a aquello que tiene aptitudes o características propias del drama como, atmósfera dramática, historia dramática, lenguaje dramático. ... Por otro lado, dramático se puede emplear para referirse a aquello que, debido a su gravedad, es capaz de interesarnos o conmovernos sinceramente”
En primer lugar, vamos a tratar de poner en contexto qué entendemos cómo encaja el drama en la personalidad, o sea para que una persona pueda ser considerada dramática. Aclaro, que el nexo entre drama y pensamiento negativo existe y es muy claro. Lo veremos después y ahora pasamos a tratar de clasificar (no es lo que más me gusta) a la persona dramática, pero es algo que nos ayudará a comprender lo que decimos más adelante.
¡Qué tienen estas mujeres en común? Mirando la foto que hoy les presentamos, podríamos decir que la sonrisa y una expresión de satisfacción, incluso puede vislumbrarse ese tono facial de felicidad, porque sin duda se dibuja en la cara.
Las expresiones de este tipo nos enseñan a comprender que cuando observamos en los diferentes procesos de integración de la mujer en la sociedad, en todos los campos de actividad, incluso compitiendo generalmente en desventaja con los hombres porque sigue siendo un mundo hecho a nuestra medida y que nos resistimos a cambiar (no es mi caso), la expresión de sus rostros es de más confianza y seguridad que nunca.
Nos han superado en los estudios, en la investigación científica están demostrando su valía, en la gestión empresarial en puestos de alta responsabilidad logran mejores resultados y beneficios para las organizaciones…en fin…están demostrando que se prepararon para superarse a sí mismas (lo hacían honestamente) porque sabían que tenían una doble batalla.
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